sábado

San Valentín






SAN VALENTÍN


Llevaba pensando toda la semana qué es lo que le iba a decir. Cuando llegó el día, dejé a los niños en casa de los abuelos y pasé a recogerla al salir del trabajo. Se había arreglado y estaba imponente. Mi mujer estaba muy buena, sí señor, no había que perder la perspectiva.

 Había reservado una mesa en un bonito y romántico restaurante al otro lado de la ciudad. Era una jornada complicada para el tráfico, miles de parejas también celebraban el evento, y pese a las recomendaciones del ayuntamiento, se resistían a no acudir en vehículos particulares a sus lugares de celebración.

  Ya en el atasco, se palpaba el ambiente de la festividad. Miré al coche de al lado, donde el miembro masculino de la pareja braceaba y hacía aspavientos, con la música muy alta, mientras los dos hablaban a la vez. Nosotros, sin embargo, íbamos callados, ensimismados en nuestros pensamientos, yo tratando de repasar en mi mente el mensaje de este año. De lo que le rondaba a ella por la cabeza ni idea, solía ser bastante espontánea y le salía solo, sin necesidad de preparar nada.

  Nos costó bastante tiempo aparcar. No nos irritamos con eso, como suele ser habitual, hoy era un día especial y había que evitar malos humores gratuitos. En el restaurante (caro, la ocasión lo merecía), nos recibieron con un nivel de humillación proporcional al precio, y entre parabienes nos llevaron a una mesa, con una tenue iluminación amarilla. No sin dificultad, debido a la falta de luz, conseguimos leer la carta y pedir. No presté mucha atención, la comida no era lo más importante de la cena.

-          Bueno, entonces quien empieza –dije, como siempre mal, perdiendo la iniciativa.

-          Yo misma.

-          Pues adelante.

Me clavó esa mirada con la que sabía dar miedo. Esa con la que sabías que era capaz de cualquier cosa. Empezó:

-          Después de insistir mucho, la verdad es que el chico ha sido muy tenaz, he accedido a tomar un   café con él.

-         ¿Con quién? ¿de quién hablas?

-          Con Teo.

-          Anda ya, ¿con ese mastuerzo? Si es un cretino de libro. Y está gordo.

-          Bueno, tiene su punto, ya sabes que anda metido en política. Es agresivo y llegará lejos.

-          ¿Y a ti qué más te da eso? ¿Es que piensas dejarme e irte con él? Te recuerdo que está casado y tiene tres hijos, uno de ellos un bebé. Con la edad que tienes, deberías haberte dado cuenta que solo quiere echar unos polvos contigo y ya. Un día vi como te miraba las tetas, en otro me hubiera hecho gracia, pero a ese me dieron ganas de darle una hostia.

-          La vida da muchas vueltas, lo de los polvos ya lo sé, luego la ruleta comienza a girar y pueden  pasar muchas cosas.

En la mesa de al lado la chica estaba llorando, mientras él, con una mirada torva, la hablaba en un tono muy bajito. En la siguiente, era él el que tenía el gesto desencajado, mientras ella le decía algo enfatizándolo con un dedo acusador.

-          Vaya tino que tienes. Sabes que ese tipo me cae especialmente mal.

-          Lo sé, pero estoy cansada de ti. No me tratas bien y no tengo ninguna ilusión de hacer nada   contigo.

-          Yo no soy ningún animador de hotel. Prueba a entretenerte tú sola.

-          Eso es precisamente lo que estoy haciendo.

-          ¿Algo más que decir?

-          Sí, mucho más, pero lo inmediato es eso. ¿Y tú?

-          Bueno, yo en ese campo, tengo que decirte que el otro día besé a tu amiga Ruth. – no le quité ojo mientras se lo decía. Intentó no mover un músculo, pero una ceja la delató, el golpe había dolido
.
-          ¿Y?

-          Me dijo que besaba muy bien. Se bajó del coche y se fue a su casa.

-          Qué maja. Eso es porque desconoce que no sabes follar.

-          Dudo que te acuerdes. Hace mucho que perdiste el interés por eso.

En la mesa de al lado, él se había levantado y se había ido, dejando a su pareja sola en estado de “shock”. Si la mirabas, solo pedía compasión. Me hubiera gustado hacerla desaparecer de allí con un chasquido de dedos, el sufrimiento tiene un límite.

-          ¿Y cómo piensas conducir el asunto?

-          Ni idea. Solo sé que es dulce y se está tranquilo con ella. Y que está sola.

-          Está casada y tiene un hijo.

-          Su marido es un zoquete. Ella merece mucho más. Es tu amiga y lo sabes.

-          ¿Alguien como tú? Pero quien coño te crees que eres. Un paleto con ínfulas.

-          Yo sé abrir nuevos mundos a las mujeres. Y su marido sí que no sabe follar. Me divertirá hacerla descubrir el sexo de verdad.

-          No me hagas reír …

En la otra mesa, él le había dado un bofetón a su pareja, gritándola “eres una zorra”. Ahora blandía el puño cerrado delante de su cara. Otro comensal, muy corpulento, se abalanzó sobre él y lo inmovilizó para evitar males mayores. Cuando vi que la lucha de machos ya estaba decantada, me levanté yo también para apoyar al vencedor, ayudando a inmovilizar al del bofetón. Entre los dos lo sacamos a la calle y lo intentamos tranquilizar. Por supuesto, no lo conseguimos, y se largó dando patadas a los coches aparcados.

Al volver a entrar al restaurante, vi la cara de satisfacción de la que acababa de recibir la bofetada, y más atrás, la de mi mujer. Anthony Hopkins en “El silencio de los corderos” era más tranquilizador.
Seguimos la cena. Me dijo lo mucho que me odiaba, mis manías, mi petulancia, mi cobardía. El punto álgido fue cuando le comenté que me masturbaba pensando en María, la amiga de nuestra hija. “¡Tiene 16 años!”, exclamó. “Si no fueras una frígida …”, contesté. Acabó la velada contándome con todo lujo de detalles lo bien que se la follaban sus novios anteriores y aquel amante que tuvo hace unos años. Otro cretino integral, parece que les tiene gusto, lo que me hace pensar quien soy yo.

El camino de vuelta fue tenso, como era de esperar, también ayudado por el tráfico. Las parejas discutían fuera de sí dentro de sus vehículos, y soportamos un atasco tremendo porque se habían golpeado dos coches y sus conductores se estaban peleando en medio de la calle. La policía puso orden a porrazos y se los llevó detenidos.

Una vez en casa, nos metimos desnudos en la cama. Yo intenté hacerlo, pero ella me rechazó, alegó que estaba muy cansada. Al día siguiente dejé a los niños en el colegio. A las 14:00, la llamada de todos los días, pero esta vez con novedad: “¿qué tal el día de trabajo, cariño? Tengo una buena noticia que darte, me dan el cargo de Sonia y por supuesto me suben el sueldo. Podremos cambiarnos de casa.”



lunes

VIAJE A SICILIA

ENNA

Para mí, la imagen de Sicilia es la fachada desvencijada de un palacete barroco.  Enna ocupa un alto en el centro geográfico de la isla, y está llena de ellos.

Me bajo del coche para poder encontrar la casa que hemos reservado para ese día. Google maps me envía a una callejón perdido entre casas descuidadas. Me equivoco de número y llamo a aldabonazos a una puerta errónea. Oigo unos pasos muy lentos y me abre una anciana. Me da tiempo a otear la vivienda por dentro: techos altísimos, pintura desconchada, muebles de anticuario barato, desorden. La anciana, a pesar de que le digo que no hablo italiano, me explica que el nombre de la calle no es el que yo digo, al menos en su totalidad. Es una dulce abuelita, y en un gesto que me sorprende, me agarra las manos. Me dice algo así como que ella está sola hace mucho, y que yo todavía soy joven y fuerte, y no sé qué más porque habla muy deprisa en italiano. La situación es extraña y me despido amablemente como puedo, no sé como soltarme de sus manos.

Me dirijo al número correcto, el 26. Una casa muestra "n 26, antico n 24". Llamo y sale un señor en camiseta de tirantes por la ventana, como recién despertado. No sabe de qué le hablo. "Buona sera ", y me cierra la ventana sin más. Aparecen tres adolescentes risueñas que se ofrecen a ayudarme, pero no saben cómo. Después de varias indagaciones, llega la dueña de la casa, una seria y seca Doña Francesca. Es la casa de al lado, pero nadie la conoce por allí. Vive a un par de kilómetros del pueblo, y esa casa la tiene solo para alquilar a los turistas. Cuando llega D., le pregunta por las fiestas del Corpus. Ella responde de forma adusta que no es creyente, que no lo sabe. Como si le preguntas si llega el tren y te dice que no es maquinista.

La villa es bellísima al estilo siciliano. Me pregunto qué tienen en contra de la rehabilitación de fachadas, pero lucen más bonitas así. El culmen llega en la noche, cuando la pobre iluminación le otorga más misterio a callejones y paredes. Se atisban patios tras puertas de rejas, en los que uno proyecta una plácida vida de provincias. Podría ser yo el que morara ahí, sí. Me imagino como director de una caja rural, dando créditos sin muchas complicaciones a cultivadores de hortalizas o frutales. Tendría una guapa mujer italiana y dos o tres hijos. Moriría viejo y sin complicaciones. Quizá una buena biblioteca salvara mi mortal aburrimiento. Bueno, bobadas que se le ocurren a uno para entretenerse en su aburrida vida real.

CATANIA

La entrada a Catania en coche aventura una ciudad patibularia. Todo está sucísimo, y sus moradores parecen de clase muy baja. El centro de la ciudad no mejora la imagen: multitud de inmigrantes subsaharianos, tráfico caótico y tarifas abusivas por aparcar en la calle. Al parecer toda la explotación del aparcamiento en Sicilia, se ha cedido a una empresa que se ha dedicado a pintar todas las calles de azul, con sus parquímetros correspondientes. Nos hablan de Mafia y no me extrañaría. Es un negocio extractivo sin beneficio alguno al consumidor, propio del estado o de organizaciones criminales.

Nos alojan en un local con la puerta a la calle, reformado como un apartamento de ultradiseño. Tardo tiempo en encontrar aparcamiento fuera de odiosa zona azul, que ocupa toda la ciudad, incluyendo extrarradio, y que caprichosamente deja algún espacio sin pintar por el que nos peleamos lugareños y visitantes.

El turismo, aunque muy presente, todavía no es una plaga aquí, y se refugia en los alrededores de una restaurada e imponente avenida, la Etnae. Efectivamente, al final de la avenida, perfectamente enmarcado, se alza el Etna, que ya ha arrasado la ciudad en alguna ocasión. 

La ciudad tiene mucha vida, y según pasan las horas nos va gustando más. Uno se acostumbra enseguida a la mugre, desenvolviéndose en ese entorno como el normal, y percibe el limpio y cuidado como artificioso. Esa noche salimos a cenar a un restaurante donde comemos muy bien (spagetti vongole, pasta fresca rellena de limón) y nos tratan fatal. La antipatía de los comerciantes sicilianos será una constante, salvo excepciones. Hay animación nocturna, y acabamos bebiendo innumerables cervezas en un bar del equivalente italiano al público "podemita" español. Consumen cervezas de importación, visten camisetas con slogans ideológicos, lucen barbas y bigotes, y, sobre todo, posan sin parar. Regresamos bastante borrachos a nuestro local de líneas puras, desafiante ante las corralas destartaladas que tenemos enfrente. 

Al día siguiente visitamos el mercado de pescado. En las guías lo elogian como si fuera un zoco árabe, aunque la realidad es que es pequeño y turístico, y después otro mercado para público local. D. compra varias cosas en este último, tratada como si fuera una intrusa.

Por la tarde paseamos por el parque central, desde donde se aprecia al Etna en todo su esplendor. Pegada al parque, hay una calle llena de elegantes comercios y restaurantes donde se concentra la burguesía local. La luz es amarilla, y se siente una atmósfera tranquila y relajada, como si esa gente no tuviera problemas o estos fueran solo los esperables: la enfermedad y la muerte, o el Etna. Me gusta Catania.


SIRACUSA

De su larguísima historia, me quedo con que Platón puso sus pies aquí en tres ocasiones. Este genio erró en su intuición, y pensó que se podía educar en la virtud a cualquiera. A nivel humano no hay absolutos, sino individuos. No hay referencia en ningún lado a su estancia allí, ni siquiera en la Wiki pedia, aunque  a Arquímedes lo han proclamado héroe local.

La propietaria del B&B donde nos alojamos hace muestra del fuerte carácter siciliano, presente por lo que observamos mayormente en las féminas. Nos ordena siesta y visita a partir de las 18:00, también donde cenar. Nos pone Siracusa por las nubes y un infierno de donde venimos, ¡ay el localismo!.

La parte histórica está en una isla incorporada a la ciudad, Ortigia. Allí se levanta el Duomo, el ayuntamiento y pululan unos cuantos de miles de visitantes trasegando helados y pasta. Más de media isla está muy restaurada y ofrece el mismo producto visto ya decenas de veces: el resort histórico para turistas. La plaza principal es de indudable belleza, pero el ruido y la muchedumbre le restan encanto. Cenamos en un caro y elegante restaurante de una callejuela. Trato exquisito y comida elaborada. Después una cerveza a precio de oro en un indefinido y originalmente decorado "multiespacio".

Al día siguiente visitamos el anfiteatro romano muy deteriorado, los españoles lo usaron de cantera para los muros de la ciudad,  y el teatro griego. Este no se aprecia mucho, ya que está con gradas superpuestas para su uso en un festival de teatro clásico. Hay que decir que el pueblo italiano, y el siciliano no precisamente el que más, tiene cierta afición por la cultura, y en numerosos pueblos, aunque no sean muy grandes, suele haber certámenes literarios o artísticos. También se aprecia caminando por la calle un número mayor de librerías que el que existe en España.

Por la tarde decidimos visitar una iglesia enorme estilo Niemeyer muy parecida a la catedral de Río de Janeiro. También otra medieval situada en un barrio humilde de Siracusa. A la salida nos sentamos en una terraza a tomar un café y observamos una vida propia de "Accatone", la película de Pasolini. Un chaval fuma un porro a nuestro lado, delante tres adultos parecen que vienen de robar algo o se preparan para hacerlo. Un yonqui desdentado parte a toda prisa hacia algún lado. Mientras los niños juegan tranquilamente al fútbol en el parque. En Italia los barrios bajos lo son de forma radical, parece que Nápoles expandió el modelo.

Por la ciudad hay unas camionetas que tienen un mostrador en el que dispensan comidas y bebidas. Se consumen en unas mesas de plástico que ponen delante, foodtrucks la llamarían los cursis españoles. En Siracusa son muy populares y la gente de los barrios acude allí. Cenamos unos grasientos y ricos bocadillos. Un vecino de mesa (peinado hacia atrás, pelo más bien largo, camisa imposible, bermudas), cuya pareja disfruta la cena masticando con la boca abierta, ha aparcado un reluciente Ferrari en frente nuestra. A nadie le llama la atención.


RAGUSA.

De camino a esta ciudad hacemos parada en Noto. Entramos en la zona de sobreabundancia de barroco en pueblos y ciudades. La causa de esto es un terremoto que asoló esta parte de la isla en 1.693. Fue uno de los más potentes de toda la historia de Italia, y arrasó todas las ciudades hasta entonces de trazado medieval. Estas se reconstruyeron íntegramente en estilo barroco, por lo que todos los pueblos son bastante espectaculares, incluso para los que no somos muy amantes de este estilo. Hay que decir que es un barroco mucho más descargado que el español, cuyos árboles no me dejan ver el bosque.

Las fachadas de Noto están impecables y limpias, pero parece que ahí dentro no vive nadie. No puedes evitar sentirte en un decorado. Es "Cinecittá", me dirá después un siciliano, aludiendo a los famosos estudios de Roma.

En la carretera vamos tensos hasta Ragusa. Los sicilianos no respetan líneas continuas, stops ni ningún tipo de señal. Hasta ahora ha sido todo autopista, pero moverse en coche es un peligro por la carreteras de doble dirección.

Hemos alquilado una habitación en una casa rural a los pies de Ragusa Ibla, la parte histórica de Ragusa. Esperamos en la puerta hasta que llegan 2 jovenzuelos, uno de ellos venezolano. Lo ha traído el hijo del dueño para que pueda hablar con nosotros. Es un chaval simpático y educado, de 17 años. Nos cuenta que hace 4 años que no ve a su padre, al que no le dejan salir del país, salvo que lo haga con una mano delante y otra detrás.


domingo

VIAJE AL PELOPONESO (por A.P.)




Llegamos al aeropuerto y nos informan que el vuelo sale con retraso de hora y media. Decía Pasolini sobre una manifestación que presenció en Roma en mayo del 68, que allí los únicos proletarios que había eran los policías. Hoy los controladores aéreos italianos se han solidarizado con los franceses y se han puesto de huelga. Unos privilegiados sociales que patalean sin parar por sus intereses, causando perjuicios económicos y personales a los demás. Son como los niños indignados de mi país, que teclean desde sus iPhones en las redes sociales todo su inducido cabreo.


Aterrizamos en Roma con 2 horas de retraso, pero por suerte nuestro vuelo de enlace con Atenas sufre la misma demora, así que no lo perdemos. Al final caemos en el aeropuerto de Atenas a las 2:30 de la madrugada, con ese cansancio que no te deja distinguir entre sueño o vigilia. Avisamos a la empresa de alquiler de coches para que nos traiga el nuestro. Nos promete llegar en 15 minutos. A los tres cuartos de hora aparece una joven que nos transporta a una fea y solitaria nave industrial a unos kilómetros del aeropuerto. Es de Creta. Sería lo que se conoce como una chica mona si hubiera nacido entre los algodones de la burguesía, pero no ha tenido esa suerte. Su aspecto es de prostituta de polígono industrial. Habla un inglés decente, mejor que el mío, que parece que se va consumiendo al mismo ritmo que mi vida. Creo que expiraré pensando cómo se dice “coche” en inglés.


Al entrar en la nave, dos mugrientos perros se acercan a saludarnos. Ella los trata con desprecio. A uno le hago unas caricias y ya no se separa de mí. Hacemos los trámites del alquiler del vehículo. Ante ese panorama tan poco fiable intento aparentar que me entero de todo -¿esto qué es, la fianza? ¿por qué copias también la tarjeta?- En realidad, no tengo fuerzas ni ganas para comprender nada. Si me quiere engañar que lo haga. Nos entrega un coche con abolladuras y el depósito vacío (contrario a lo que decía el contrato) y nos envía a la autopista.


Pagamos el peaje, y en nuestro ansia por buscar una gasolinera, nos salimos en un desvío equivocado. Subimos un puente, lo bajamos, y nos encontramos con el peaje de nuevo. Le explicamos que lo acabamos de pagar hace 1 minuto pero la cajera no atiende a razones. Desirée entra en cólera y aparece la encargada, una señora fea y gorda, que aguanta impertérrita durante 5 minutos un bombardeo de gritos e insultos por parte de mi pareja. Pagamos el peaje de nuevo y llegamos a la gasolinera. Un policía en animada conversación con un taxista tiene ocupado el surtidor. Desde fuera del coche, veo a Desirée tocando el claxon con furia y haciendo aspavientos. Es el emoticono rojo de la ira sobre un cuerpo de mujer, mejor alejarse.


Por fin llegamos a la casa ayudados por el GPS del móvil -¿cómo se hacía esto antes?- que está situada a las afueras de Atenas. Es una urbanización de lujo y previa llamada, nos sale a recibir una amable y dulce señora mayor. Parece que con su presencia compensa de golpe tanta hosquedad. Son las 5 de la madrugada, estamos muertos, y a mí la habitación me parece el Buckingham Palace. Vacaciones.




AL PELOPONESO


Nos levantamos a las 12:00 y salgo al coche. Un inesperado bofetón de calor me retrae al instante al agosto madrileño. Hay 38 grados sin apenas humedad y una ola de calor que acaba de empezar, según nos informa la  dueña de la casa. Nos encontramos con un mercadillo de frutas y compramos unos algunos albaricoques, melocotones y cerezas para el viaje. Todo ello intentando que no nos alcance un solo rayo de sol, que te taladra el cráneo cada vez que sales de la sombra. Tomamos un capuchino “fredo” en una terraza de la urbanización: 3,30 € cada uno con el 24% de IVA incluido. La “troika” ha hecho su trabajo. Salimos al cinturón de la ciudad y apreciamos de día lo que no vimos de noche: cada entrada a la autopista desde la ciudad, y hay decenas, tiene su puesto de peaje. Esto del repago no existía en 2012, la última vez que estuve aquí.


Conducimos paralelos al golfo Sarónico hasta que cruzamos el canal de Corinto, que separa el Peloponeso de la Grecia continental. Curiosa su historia, ya que fue un proyecto romano (se dice que él mismo Nerón fue a inaugurar la obra), pero no se realizó hasta el siglo XIX. Hoy día tiene poca utilidad, ya que es demasiado estrecho para los barcos actuales.


Al entrar al Peloponeso nos salimos de la autopista y entramos en una bonita carretera comarcal. Hay que destacar que en Grecia solo hay estos dos tipos de carreteras: autopistas o comarcales en sus diferentes calidades. El paisaje es verde, de bosque mediano, salpicado de colinas, pastoril. Nos dijimos a Vivari, cerca de la ciudad veneciana de Nauplio, y en el camino pasamos por delante de Micenas, que pensamos visitar otro día.




VIVARI


Vivari es un diminuto pueblo pegado a una preciosa bahía de aguas turquesa. Al borde de sus cristalino mar, tan calmado que parece pulido, se amontonan las mesas de unas cuantas tabernas en la arena de la playa. Me viene a la cabeza el comisario Montalbano devorando un sabroso pescado.


El mar de Grecia adquiere su grado máximo de belleza al atardecer, cuando pasa a ser una superficie plateada, lo que le da ese aire de eternidad del que habla Henry Miller en su “Coloso de Marusi”. No se puede evitar imaginar a los antiguos griegos desembarcando durante el crepúsculo para acudir a Delfos a conocer su destino.


Decidimos ir a Nauplio, ciudad de origen veneciano y que es considerada una de las ciudades más bellas de Grecia. La vapuleada Hélada ha cambiado continuamente de dueños a lo largo de la historia: aqueos (los de la Iliada y la Odisea), dorios, minoicos, macedonios, romanos, francos, bizantinos, venecianos, y finalmente turcos durante centurias hasta su independencia hace poco más de un siglo. Han sufrido las dos guerras mundiales, con una brutal invasión nazi y una guerra civil similar a la española de postre. Así que, además de cuna del modo de vida europeo, ha sido una muestra empírica de nuestra conflictiva historia.


Bueno, pues Nauplio, que llegó a ser capital de la moderna Grecia después de su independencia de los turcos, se ha convertido en un producto turístico para consumo local e internacional. La parte antigua es pequeña, formada por una docena de calles perpendiculares. Es una ciudad bien envuelta para regalar al turista que gusta de fachadas rehabilitadas, decenas de restaurantes, hoteles de cierto nivel, y paseos por calles peatonales pretendidamente históricas. Un engendro que ya he visto infinitas veces y que aborrezco. Otros irán, y la contraria me llevarán.


Al día siguiente vamos a Epidauro. El GPS, para atajar, nos lleva por una bonita carretera, incluso con tramos de tierra, y que confirma una impresión que ya teníamos: el Peloponeso está muy deshabitado. Kilómetros de paisaje sin ver una sola edificación, aunque en este caso sí que nos encontramos unas construcciones, dos pequeños y cuidados cementerios en medio de la nada. Solo se oyen las cigarras entre los árboles. Bonito sitio para descansar eternamente.


Epidauro era una especie de centro cultural, deportivo y espiritual fundado por los griegos y después ampliado por los romanos. Había competiciones deportivas, templos de culto y un impresionante teatro para varios miles de personas en la ladera de la montaña. Este último está perfectamente conservado, y es motivo de visita de manadas de turistas. Hoy hace muchísimo calor, 41 grados marcaba nuestro coche, y eso hace que los pocos que se aventuran al sol se muevan muy lentamente por los alrededores, lo que da a todo un ambiente un poco extraño. Todas las guías dicen que goza de una increíble acústica, y que si tiras una moneda en el centro del escenario se escucha perfectamente hasta en el asiento más alejado. Así que nunca falta el científico de turno que hace cualquier pequeño ruido en el lugar marcado. Y es verdad que resuena con un ligero eco en todos lados. ¿Tenían los antiguos griegos avanzados conocimientos de acústica? Lo que sí parecían tener era una gran experiencia en la construcción de teatros. Primero fue la práctica, luego la ingeniería para replicar lo experimentado en cualquier otro lugar. La gente se confunde y se cree que es al revés. El resto de las ruinas del complejo, da una idea de su grandiosidad en un precioso paraje de bosque y montaña.


La gente de Vivari es humilde. Se ve en su indumentaria y sus formas. Vemos como al atardecer una mujer de unos 40 años se mete en el agua con unas aletas y gafas en busca de algo que no conseguimos averiguar. Tres horas más tarde sigue allí. Esa noche, cena montalbánica en una mesa a la orilla del mar. La comida es discreta, pero el vino es excelente y muy barato. Cae un litro, que sumado a la noche de luna llena, nos hace apreciar en su verdadera y justa dimensión la belleza de la bahía.


Hoy era el día para visitar Micenas, pero el insoportable calor y el recuerdo del que pasamos ayer en Epidauro nos echan para atrás. Ya no me podré imaginar al cornudo Agamenón (¿o el cornudo era Menelao?). Tengo una pésima memoria para los culebrones mitológicos, aunque estos últimos fueran personajes históricos.


A mí lo que emocionaba era imaginarme a Schiellemann, su descubridor, apostando porque en aquel paraje se encontraba Micenas. Y desenterrando la Puerta de los Leones y los recintos funerarios. De todos mis años como alumno, tengo grabada una clase de 1º de BUP, con 14 años, en la que un heterodoxo profesor de lengua se dedicó durante una hora a leernos la vida de tan tremendo personaje. Yo la escuchaba boquiabierto como si aquella historia no pudiera ser real, y soñaba con la posibilidad de seguir un camino vital similar. Desgraciada o afortunadamente, disto mucho de poseer la inteligencia, el arrojo y la vanidad de tan romántico personaje.






HACIA MONEMBASIA.


Salimos por la mañana para realizar un largo camino hasta la punta sureste del Peloponeso. Dicen la guías que es una de las carreteras más bonitas de Grecia y es verdad que no defrauda. Las primeras tres horas de camino recorren la costa este del Peloponeso, por una carretera encajada en la ladera de las montañas, con un infinito mar turquesa a la izquierda y unas montañas de hasta 2000 metros a la derecha. El paisaje es verde primaveral, y de cuando en cuando pasamos por algún pueblo de tejados rojos. Me quedo con el nombre de uno que destaca por su ubicación en un pequeño llano que se abre al mar: Tyros.


De repente la carretera se aleja de la costa y empieza a trepar en zetas montaña arriba. Es un puerto en toda regla en la vertical del mar, y enseguida alcanzamos los 1500 metros de altitud en una meseta verde y absolutamente deshabitada. Nos entra una sensación de mundo perdido, ya que no hay coches ni pueblos. El paisaje va variando de monte bajo a bosques de pinos, todo en un verde reluciente cubierto con un cielo azul claro. Solo hay esos dos colores mires a donde mires. Hace ya tiempo que nos hemos adentrado, como no podía ser de otra manera, en la región de la Arcadia.


La carretera cada vez está más deteriorada, incluso con tramos de tierra. Vamos cansados ya de tanto conducir y pese a lo impresionante del paisaje, se nos hace largo el camino. Tomo nota de una idílica aldea que atravesamos, Peleta. Algún día me gustaría retirarme allí unas semanas. Después de 3 horas volvemos a descender hacia el mar donde se encuentra nuestro destino de esa noche. Desde lejos, es exactamente igual que el Peñón de Gibraltar, pero en este caso rodeado con el fino mar color plata.


La ciudadela de Monembasia se oculta en la parte posterior del peñón, que está unido a la costa por un pequeño istmo de tierra. Lo han restaurado y sus callejuelas y casas expiran falsedad por los cuatro costados. Está lleno de restaurantes, tiendas y tranquilos “pubs”. Y pese a ser muy pequeño, lleno de turistas. Debió ser un curioso lugar antes de mercantilizarse. Cenamos en una mesa en la arena de la playa en la parte nueva del pueblo, al otro lado del istmo. La carta de siempre y los precios de siempre, como si todos los restaurantes del Peloponeso se hubieran fotocopiado el menú.





ELAFONISOS.


A una hora de Monembasia, y después de subir y bajar el habitual puerto de montaña, cogemos el Ferry para la isla de Elafonisos. Quince minutos de aguas turquesas después, llegamos a un pintoresco puerto encabezado por una iglesia rodeada de palmeras y plátanos. Es una imagen que recuerda más a Brasil que a Grecia.


Sorprendentemente, Elafonisos dista mucho de encontrarse maleada por el turismo. Consta de un pequeño pueblo de pescadores y dos estrechas carreteras (casi caminos) que parten hacia cada lado de la costa, pero que ni siquiera llegan a rodear la isla. Ambas acaban en dos preciosas y tranquilas playas, y en el camino no es raro tener que parar porque un rebaño de cabras atraviesa la carretera. Es Formentera en los años 60. Nunca me han gustado las islas, y menos las pequeñas. Sufro al sentirme “encerrado”, pero en este caso la angustiosa sensación de encierro cambia por el sentir placentero del aislamiento. Por ahí afuera hay un mundo feo y desagradable donde la gente se pelea sin parar por su vanidad. Tonterías de la mente humana.


Los dos días pasan en un perfecto verano de días de playa y noches de agradables cenas en las tabernas del puerto. En el segundo paseo por el pueblo ya se repiten todas las caras, no puedo imaginar cómo debe ser pasar todo el año aquí.




ESPARTA, MISTRA.


Nos vamos de Elafonisos sin tener claro donde dormiremos esta noche. Será en Pilos o Esparta, según lo largo que se haga el viaje. A la altura de esta última ciudad estamos ya cansados de coche. Como es habitual, hemos sido demasiado optimistas con los kilómetros que podíamos recorrer.


De la Esparta del período clásico no queda apenas nada. Ahora mismo es un anodino poblachón en una verde llanura rodeada de montañas. Hace un calor tremendo y no hay “lacónicos” (habitantes de Laconia, región en la que nos encontramos) por la calle. Decidimos ir hasta Mistra, a pocos minutos de Esparta.


Mistra fue un “Despotado” (estado) bizantino que tuvo su esplendor durante unos 100 años antes del Renacimiento. De aquella época queda una enorme ciudadela que arranca muy arriba en la montaña y llega hasta su falda. Un hábitat prácticamente vertical, ya que el desnivel es enorme. La parte baja la forma un pequeño pueblo restaurado en un bonito paraje de media montaña. Nos alojamos allí, en un decadente hotel cuyos rojos pasillos enmoquetados recuerdan a los de la película “El resplandor”.


A partir de medianoche el pueblo se queda literalmente vacío. Ni una sola persona por la calle, pero otros habitantes lo invaden: decenas de gatos. Toda Grecia está llena de estos elegantes felinos que vagan libremente por los pueblos, pero en Mistra realmente constituyen una segunda población.


Con la muy extraña sensación de ser los únicos habitantes de un pueblo fantasma habitado por gatos, en el que las mascotas parecemos nosotros, y las cosas de importancia se cuecen entre ellos, paseamos y charlamos hasta bien avanzada la noche.




METHONI


Directamente desde Mistra, comenzamos a ascender el espectacular paso de Langada que nos llevará a Kalamata. Una hora y media para 54 kilómetros. Se dice que allí abandonaban los espartanos a los niños débiles. Cosas del colectivismo.


La carretera es estrecha y en ocasiones corre bajo techos de roca. El paisaje es frondoso y muy verde hasta que pasas a la cara oeste del puerto, donde parece que cambias de país. Llegamos a la ciudad de Kalamata, que fue reconstruida después de un terremoto hace unos lustros. Por error acabamos en la playa, bastante fea para lo que es común en Grecia. Sin embargo, unos cuantos hoteles de cinco estrellas la rodean. El dinero y el buen gusto llevan caminos diferentes.


Seguimos camino hasta Pilos, histórica localidad que encabeza la enorme bahía de Navarino. Ahí tuvo lugar la histórica batalla entre turcos e ingleses, que fue desastrosa para los primeros. De hecho, se pueden ver actualmente decenas de pecios turcos desde la superficie. Queremos hacer una pausa, estamos cansados de tanto recorrer carreteras y elegimos Methoni para pasar tres noches, a 8 km de Pilos.


Es un pequeño y tranquilo pueblo en el extremo suroeste del Peloponeso. Tiene una fortaleza veneciana usada por estos últimos para controlar sus rutas comerciales. Da al mar abierto, pero este está como un plato, quizá debido a que tiene enfrente una isla de tamaño considerable pero deshabitada: Sapientza.


El lugar me recuerda al pueblo asturiano en el que yo pasé mi primera infancia. A priori, no se aprecia en estos lugares la crisis económica que sufre el país. Viven con poco, parecido a la España de los 70. Los restaurantes y los productos frescos son baratos, el resto es caro. Un litro de leche cuesta el doble que en España, la gasolina un treinta por ciento más. Sin embargo, parece que todo el mundo va tirando de una forma o de otra. Entablamos cierta  amistad con las familia dueña de la taberna donde vamos a cenar. Los hijos son universitarios y no encuentran trabajo de lo suyo. Mientras, ayudan en el negocio familiar. Intentó sonsacar algo de su ideología política, pero se muestran poco. El padre habla del idealismo de los jóvenes. Eso sí, Podemos, el partido político español, es muy popular y lo conoce todo el mundo. En algún momento parece sustituir al consabido Real Madrid o Barcelona. La política como objeto de consumo global.


El último día disfrutamos del mar en otra espectacular y vacía playa en el extremo de la bahía de Navarinos. Es un semicírculo perfecto. Para no olvidar.





XYLOKASTRO


Decidimos ir avanzando un par de centenares de km dirección a Atenas. Debemos coger el vuelo mañana por la tarde, y aunque en teoría da tiempo a llegar desde Methoni, no nos fiamos de las carreteras que nos pudiéramos encontrar.


Como no podía ser de otra manera, una excelente autopista nos hace atravesar rápidamente el Peloponeso de sur a norte. Elegimos acercarnos a Xylocastro, una localidad costera del golfo de Corinto.


Parece un remedo de un pueblo del Levante español. Feas edificaciones a escala griega a lo largo de un paseo marítimo. Hace un viento tremendo, y se aprecia que la ciudad vive continuamente con ese elemento. Las terrazas están protegidas y los carteles de los restaurantes asegurados. El mar parece enfurecido a lo largo del paseo, sin embargo no hay especial protección de las olas que apenas mojan la acera. Es como si el mar aparentara ser un bravucón al que los habitantes han pillado el farol. La humillación es total cuando vemos a una anciana metida hasta la cintura en medio de las olas, equipada con unas aletas de submarinista que usa a modo de sandalias. Parece lógico el viento en la situación geográfica del pueblo, ya que se encuentra en un corredor entre las montañas pegadas a la costa del Peloponeso y las continentales de enfrente. Sin embargo estuve hace cuatro años en la costa opuesta, a unos ocho kilómetros, y recuerdo el mar como un plato.


Es lo más característico del paisaje griego, que contempla todos los mundos posibles. La mitología se desarrolla en altas montañas nevadas, en verdes praderas, en playas y costas abruptas, y sobre todo en el mar, con sus miles de islas diferentes en paisaje y geografía, muchas de ellas deshabitadas, otras sede de pequeños reinos. No hay necesidad de viajar a otros sitios, todo lo posible está en la Hélada. El afán de descubrimiento, viaje, conquista y “misterio” se resuelve en una pequeña porción del planeta, el “más allá” es el mar Negro a donde acudieron a por el vellocino de oro, el ultramar las ciudades sicilianas. El universo lleno de posibilidades a la medida de las naves griegas, de la naturaleza humana. Esto de hoy, de levantarse en un lugar y luego dormir a miles de kilómetros, siempre me ha parecido antinatural.


En Xilocastro hablamos con una jovencita que dice entender español porque lo aprende con los culebrones sudamericanos. Cuando le decimos que el español de España es algo diferente, nos responde “¿España?, no entiendo.”


Camino a Atenas nos paramos un rato a ver pasar las embarcaciones por el canal de Corinto. Un puente levadizo fruto de la era industrial se levanta con pereza de vez en cuando. Pequeños barcos de recreo lo traspasan. Un ostentoso yate color gris con una pareja de treintañeros a bordo parecen muy contentos por ser jóvenes y ricos. No los envidio, sé que la naturaleza humana también les atañe a ellos.


En el aeropuerto, vienen a recoger el coche de alquiler con 45 minutos de retraso. Intento abroncar al que lo recoge pero dice no saber inglés. Le digo que qúe pasa con mi fianza, que una vez entregado el coche sin percances quiero romper el comprobante. Me lleva a otro coche donde está su jefe al que le digo lo mismo. Me dice que no hay problema si el depósito está lleno. Le digo que me lo entregó vacío, cómo me puede decir eso. Contesta: “Ah! Then no problem”. Se va. A los pocos días recibiré en Madrid una encuesta de satisfacción sobre el servicio de alquiler de vehículos, a la que no respondí.














viernes

El estado del Estado (por A.P.)



Mi querido amigo, bien sé que nuestra correspondencia e-pistolar no suele versar sobre asuntos tan mundanos, pero ya que me tiendes el capote, embestiré de la forma más sosegada posible, pues forma parte de mi trabajo y condición el tener que lidiar con las parciales, ineficaces, e injustas normas que me impone esa organización: es la conocida como administración pública (en adelante nombrada con el eufemístico nombre de Estado.)


El primer sofisma que quiero deshacer es aquél que dice que el “Estado somos todos” o el que lo califica de “público”. Ante esto no me sale más que recurrir a la escatología: “y una mierda”.


No niego que esa quizá fuera su intención en algún momento de la historia, desde luego no lo fue en sus orígenes ni lo es ahora. El Estado o administración pública es un organismo autónomo que vela por sus propios intereses, una organización privada más que, a diferencia de las otras de rango similar, se ocupa de su supervivencia arrogándose la capacidad coercitiva de extraer a sus clientes forzosos los recursos que necesita para seguir medrando, bien en tamaño, bien en poder, o bien en privilegios para sus componentes.


Para ello precisa mantener adocenados al mayor número de población suficiente, a los que convencen de que ellos forman parte de su todo. No duda en usar todos los medios, principalmente la moralidad, por lo que no les duelen prendas en calificar con despreciables adjetivos a los que no se tragan el discurso de que, si no cooperas con ellos, eres un gusano insolidario sin compasión de los débiles. En caso contrario, te enviará otra de sus armas: la turba. Consiste en una serie de medios de comunicación, políticos, y organizaciones civiles, que repetirán una vez tras otra verdades incuestionables, por lo que tu voz será silenciada por el griterío general.


Antes de empezar a responder a tus requerimientos, quiero dejar claro otro sofisma, en el que estoy seguro que tú no caes, pero que la gente cree a pies juntillas: los servicios que no son “públicos”, son “de pago”. LOL, que dicen los anglosajones. Todos los servicios que recibes del Estado los has pagado probablemente a 4 o 5 veces su valor de mercado. Conocida es la eficacia en la gestión de la administración pública. Cuando una empresa pública en pérdidas se privatiza, puedes empezar a contar los días en dicha empresa comenzará a ser rentable. Pero no hay nada que hacer. Conceptos como “copago” le suenan a la multitud como si el Estado te estuviera cobrando de más por sus servicios. El Estado aplica la solución fácil: sube los impuestos y establece el “antepago”, que no tiene mala prensa.


Y una última nota que estoy seguro que deduces. Voy a proponer en general el pago por uso de los servicios que actualmente se arroga el Estado, con lo que su necesidad de financiación con impuestos disminuiría de forma drástica. No contemplo la presión fiscal actual para pagar lo “público” y además necesitar financiar los servicios “privados” (aunque ya he dejado claro que no estoy de acuerdo con esta diferenciación semántica.)


En fin, vamos a meternos en harina, y empezar por el, en mi opinión, más peliagudo de los asuntos que planteas:

ESTADO DE DERECHO, JUSTICIA, ORGANIZACIÓN TERRITORIAL.

Considero que sería factible una norma universal (no entro aquí a definir este universo). Una Constitución en el que se garanticen los derechos fundamentales para regular las relaciones humanas, comerciales, sociales, etc. Pero siempre que regule de espíritu, sin entrar en detalles explícitos salvo lo que la experiencia en determinado campo lo considere imprescindible.
Evidentemente también será necesario tribunales constitucionales que velen por el cumplimiento de estas ideas y lo que de ellas deriven, además de una fuerza coercitiva que obligue al cumplimiento de sus sentencias. Y hasta aquí le concedo al Estado.


El resto pueden ser perfectamente tribunales privados que juzguen con respecto a esta norma superior y a las regulaciones que establezca libremente cada organización local (siempre subyugadas a la norma mayor o Constitución.) Estas organizaciones territoriales considero que deben ser de pequeño tamaño. Las razones principales son dos:
-          La regulación específica se adapta de manera más efectiva a pequeña escala. Lo que puede ser válido para un territorio concreto con sus características particulares (economía, población, geografía, clima, formación) no tiene por qué serlo para otro.


-          Y la razón principal: si las unidades organizativas y regulatorias son pequeñas, las personas tendrán más fácil moverse de una a otra en función de su efectividad, justicia y calidad de vida. Por ejemplo, si una localidad considera válido una organización con una política más “estatista”, podrá hacerlo, con sus propios recursos y respetando la norma general. Pero los individuos que no deseen ese tipo de política podrán trasladarse con el mínimo coste social y económico a un lugar cercano sin ser penalizados ni obligados a regirse por tal filosofía. Así se establecería una sana competencia y comparativa entre unas regulaciones u otras. Unos lugares serían más exitosos que otros de forma natural, y este éxito sería cambiante. Esta noticia ilustra lo que digo: http://www.libremercado.com/2016-04-23/los-contribuyentes-huyen-de-california-a-texas-para-pagar-menos-impuestos-1276572338/


Supongo que muchos se escandalizarían con la propuesta de tribunales privados. Vamos a hacer algunas consideraciones:


-          Sobre su neutralidad:


¿De verdad alguien me puede decir que la justicia actual es neutral? Los últimos tiempos ya claman al cielo, con sentencias populistas e indecentes a favor de la corriente general. Los ejemplos son infinitos: custodia de hijos y trato a ambos géneros en caso de divorcio, al empresario en conflicto laboral con el trabajador, violencia de género, reclamaciones a la banca de sus usuarios, asuntos sobre competencia entre empresas, petición de condenas desmadradas por delitos impopulares, actuaciones parcialísimas de la fiscalía, etc, etc, etc.
Si hubiera tribunales privados, las dos partes de un contrato se adscribirían a un determinado tribunal, el que consideraran más oportuno en base a su precio y servicio. No hay razón para mantener una adscripción obligatoria a tribunales estatales. Si a alguien esto le sugiere una sensación de indefensión es que no se ha topado con la realidad de la justicia actual en su vida. Esa es exactamente la sensación padeces.


-          Sobre su financiación:


¿Es que ahora la justicia es gratuita y universal? Cualquiera que haya tenido un pleito sabe que no es así. Por lo tanto sus pleitos se los pagaría cada entidad o persona que hiciera uso de los tribunales, como cualquier otro servicio.
Los tribunales más prestigiosos, más rápidos en sus resoluciones y con menos recursos perdidos ante el tribunal constitucional (ya que siempre cabría el recurso a un tribunal constitucional) tendrían más clientes de forma natural, y empezaría a funcionar la economía de escala. Se abarataría la justicia.


-          Otras consideraciones:


Hay que tener en cuenta que todo este sistema, basado en la premisa que siempre habrá una parte perjudicada y por lo tanto denunciante (y sobre todo financiadora del tribunal), tiene sus carencias. La más evidente es que gente o instituciones sin recursos puedan acceder a la justicia, por lo tanto cada tribunal no tendría más remedio que aportar a un consorcio que financiara abogados de oficio.

Con respecto al papel de la fiscalía, no veo problema en que el sistema está basado solo demandas particulares. El estado podría actuar como un demandante más.

domingo

Viaje a la Conchinchina (por AP)





                                       VIAJE A LA CONCHINCHINA





EL RATÓN

Llegamos 2 horas antes de la salida del vuelo al aeropuerto. Yo estaría incluso con tres horas de antelación. Me aterra verme en la situación de perder un avión. Me parece un suceso de alta probabilidad y con consecuencias incomodísimas y onerosas.

Ya vemos que ocurre algo raro. Los mostradores de facturación van excesivamente lentos y hay gente que se retira con sus maletas. Cuando nos toca el turno, nos dicen que el vuelo saldrá al menos con 6 horas de retraso por "problemas operacionales". Primera consecuencia: pierdo el vuelo interno que ya he comprado en Tailandia, hasta la frontera con Laos. También perdemos el enlace en Doha para Bangkok, pero ese me preocupa menos porque ya se encarga Qatar Airways de buscarnos otro. Tenemos suerte y nos dan las últimas plazas de un vuelo con una espera de tres horas. Un francés con el que entablamos conversación, y que también va a Bangkok, va a esperar por el tránsito 16 horas en Doha.

Las 8 horas que al final permanecemos en el aeropuerto de Madrid dan para que se establezcan corros de conversación. D. por supuesto se apunta a todas, yo las rechazo, no tengo nada que decir. Una pareja de madrileños que vive en Doha conversa con un grupo de 3 sevillanas: madre, hija y una amiga de la hija. Se podría encasillar a todos como burguesía universitaria. Son gente viajada. La madre sevillana es profesora de matemáticas en un instituto, su hija estudia sexto de medicina. Ha hecho prácticas en China, de la que echa pestes: "Solo viven para trabajar". Un joven gallego que estaba sentado al lado reacciona "pues yo vivo en China y estoy encantado". Se ha echado novia china, está aprendiendo chino, le gusta su trabajo allí, ...La andaluza, educadamente, intenta defender sus valores: el clima español, su calidad de vida, que es el país más barato de Europa (¡madre mía!); y los intangibles : la familia, los amigos, los bares, ... En este país de localistas los andaluces se llevan la palma sin duda. Y con razón. En términos matemáticos diríamos que son la mayor desviación típica, nada que ver con los vascos (castellanos en esencia) o los catalanes (un pueblo Mediterráneo más.)

En estas nos enteramos de la verdadera causa del retraso del avión. Un pasajero del vuelo anterior ha denunciado la presencia de un ratón en la aeronave. El protocolo de Qatar Airways obliga a fumigar y esperar seis horas. Es el día de los inocentes y dudo, pero todo el personal confirma la historia. Es ridículo.

Los madrileños de Doha me caen bien, una vez superados los lugares comunes. Ella ha dejado de ser azafata por miedo a volar y ahora es maestra en Qatar. Se la ve débil. El es piloto.  No se les ve muy contentos, como debe ser, pero están tranquilos. Confirma la historia del ratón, no le parece extraña. Cree que lo habrá dicho algún ciudadano qatarí y se ven obligados a semejante estupidez. Conoce el caso del despido de una tripulación entera de la compañía por no mostrar la suficiente deferencia ante las reclamaciones de un nacional qatarí. Despotismo capitalista y paleto. Hablamos un poco de todo. En un cruce de miradas me parece ver que él también tiene miedo detrás de su mascara. D. está nerviosa por el viaje y se defiende hablando. Yo tampoco me encuentro tranquilo. Por fin, todo el grupo de débiles subimos al avión. El ratón ha muerto. Ha sido una estrella, pero ha estado solo seis horas y, gaseado, habrá pasado un infierno. Cuantas veces se habrá dado esa historia. No le ha merecido la pena.

BANGKOK

En la escala de Doha reservamos un hotel en Bangkok al lado del aeropuerto. Por 20 euros nos transportan desde el aeropuerto, nos vuelven a llevar y nos dan una habitación más que digna. El capitalismo salvaje ofrece estas maravillas. Funciona todo el proceso a la perfección como una fábrica, somos una pieza más.

Hemos perdido el vuelo a la frontera con Laos y decidimos comprar uno directamente a Vientiane, la capital de Laos. Cuesta tres veces más caro por las tasas que aplican en el socialista país, y además nos perdemos cruzar la frontera a pié por un puente del Mekong (nos hacía ilusión),  pero estamos muy cansados para el ajetreo avión, taxi, 2 horas de autobús, tuc-tuc, taxi, etc, con el que disfruto enormemente en condiciones normales.

El aeropuerto de Bangkok parece la calle Preciados en Navidad. Los vuelos en Tailandia son muy baratos.  Hay miles de personas entre turistas y locales, bastante agobiante todo. Tardamos una hora y media en hacer los trámites. Ya en el aeropuerto de Laos tenemos que esperar de nuevos largas colas y soy consciente de que no he hecho más que esperar desde que he salido hace dos días. Unos antipáticos militares vestidos como el ejército chino nos cobran 70 $ por los visados. Compartimos taxi a la ciudad con un curioso personaje que hemos conocido en el avión. Es israelí, entre sesenta y setenta años, y viaja solo al más puro estilo mochilero. Habla un inglés mas horrible que el mío. Viene de Birmania y ha recorrido medio mundo a lo largo de su vida.


VIENTIANE


Lo primero que nos llama la atención del proletario país es el nivel de su parque automovilístico. Impresionante. Un todoterreno de lujo es el vehículo habitual. Los hay a decenas. No entendemos nada, este es un país muy pobre. Nada de cristales rotos o coches abollados, que era lo esperable. Hasta los pocos utilitarios que hay están niquelados.

Nos instalamos en el hotel y salimos a dar un paseo. Los precios de los restaurantes son propios de la Costa azul. En algunas tiendas o viviendas ondea la bandera roja comunista. Alojados en nuestro hotel, que es caro, no hay ni un occidental. Parecen chinos, pero no estoy del todo seguro. Por la noche vistamos un mercadillo kilométrico paralelo al Mekong. Una tienda de chinos gigante. Andando y andando parece que salimos de la burbuja capitalista y nos encontramos en una zona más acorde con el país. Cenamos estupendamente por 6 euros por cabeza en un restaurante que parece para la burguesía local.
Después, volviendo hacia el hotel, escuchamos música a todo volumen al aire libre. En el centro de la ciudad, para nuestro pasmo, hay montada una "rave" en toda regla. Unos millares de adolescentes beben y escuchan un concierto de rock a un volumen brutal. El montaje está patrocinado por la omnipresente Beerlao (la cerveza local), y no desmerece al que puedan llevar los Rolling Stones. El rock acaba y los mandos los toma un pinchadiscos que atruena con tecno duro poligonero. La emoción embarga a los asistentes. Adolescentes borrachos con sus móviles extra grandes orinan por todas las esquinas. Eso sí, no hay atisbo de actitudes violentas.

 De vuelta al hotel, alguna prostituta muy bien torneada ofrece sus servicios. Pero su voz los delata, no son lo que parecen. Realmente cuesta darse cuenta.

 Hasta ahora esto es la República Democrática Popular de Laos.



HAPPY NEW YEAR

Es día 31 de Diciembre y salimos a hacer turismo. Visitamos un templo budista. Aquí son de vivos colores y mucho más ornamentados que los de Japón, mas sobrios. La limpieza de sus fachadas y su cuidado es excelente. Más que templos son complejos eclesiásticos, que incluyen su equivalente al campanario equipado con gong, residencia para monjes, y otros edificios de los que desconozco el uso. Ya dentro del templo, cuando estoy delante del altar budista, se dirige a mí un joven monje: "where are you from?" Le digo que de Madrid y por supuesto me habla del Real Madrid. Que ayer jugó un "friendly match" con el Milán y que perdió 4-2. Para no dañar mi orgullo me vuelve a recalcar que solo era un "friendly match".

He leído que la mayoría de estos jóvenes monjes vienen de los pueblos, ya que es la única manera de que reciban una educación. Los hay por todos lados vestidos con sus túnicas azafrán. En las tiendas, en los concesionarios, en moto, escuchando música en su IPod.
Decidimos ir a ver una enorme estupa dorada que hay en el centro de la ciudad, símbolo de Laos.  Negociamos con un Tuctuc y nos muestra un precio estratotesférico en un folio plastificado que tiene para los turistas . Lo reducimos a la quinta parte y aún así nos parece caro. D., todavía más tacaña que yo, se enfada conmigo porque me dejo engañar. La estupa está rodeada por más templos coloridos. En su interior hay viñetas de la vida de Buda que recuerdan a un manga japonés. Abundan los turistas chinos. Se les diferencia por la falta de estética en sus movimientos y su estilo rudo. Los laosianos son mas refinados, aun en sus estratos más pobres.

Aburridos ya de templos, decidimos visitar un complejo de carácter hagiográfico que han levantado para honor del fundador del Laos moderno: Kaisone Phomvihane. Básicamente un nacionalista que se hizo con el poder en el partido comunista, y que lideró a este en su lucha contra los americanos en la etapa de la guerra de Vietnam. Después fue presidente durante varios años. Lo tachan de político práctico y flexible, pero su edificio-museo homenaje es un delirio. Tiene una entrada digna de palacio real, por la que se accede a una explanada del tamaño de 10 campos de fútbol. Imposible no pensar en Korea del Norte. En medio, una estatua gigantesca de bronce de varios metros de altura, flanqueada por dos grupos escultóricos enormes con varias figuras que representan algo así como la lucha por la libertad. Entre estas figuras las hay de soldados pistola o bazoca en ristre, agricultores, un herrero, una mujer con su bebé ..., y un futbolista con el balón en una mano y un tremendo parecido con Tony Kroos, el jugador del Real Madrid. Todos tienen la expresión como de que están luchando en una batalla menos este, que parece que posa en un "foto-call". Ya dentro del edificio, todo lo relacionado con la vida del líder: empezando por una reproducción de su habitación de infancia, su escuela, cientos de fotografías, siguiendo por elementos antropológicos generales de Laos o incluso geológicos, y acabando por su medidor de tensión, las cajas de los medicamentos que tomaba o botellas de Pepsi que trataban de demostrar el progreso que llevó al país. Bastante alucinógeno todo.

 Salimos a cenar por el "Happy New year" (ponen carteles hasta en la sopa con esa frase, y eso que el año nuevo laosiano es en Abril). D. se viste de noche ya que el evento parecía muy importante en la ciudad, pero nadie va arreglado y todos la miran. En este país juegan al continuo despiste. Cenamos en un restaurante francés estupendo por una miseria. A nuestro lado dos italianas en la cincuentena piden un plato de 2 € para compartir, una botella de agua y se van a los 15 minutos. Son antisistema, otra etiqueta. En otra mesa 2 ingleses de más o menos mi edad cenan mirando cada uno su tableta. Cada poco se muestran el uno al otro fotos de adolescentes asiáticas en ropa interior. Siguen pasando coches de lujo sin parar: Jaguar, BMWs, lamborginis y dos Ferraris. En Laos apenas hay una docena de carreteras mal asfaltadas por las que esos coches no pueden circular.

Después de cenar vamos a la fiesta del día anterior en el centro de la ciudad. Una mayoría de jóvenes, un par de docenas de guiris y algo de la burguesía local componen el tinglado. A mi lado un grupo de americanos treintañeros han pegado hebra con con unas adolescentes laosianas. Ellas parecen muy satisfechas de la situación y enseguida se lían, sin preámbulos, con ellos. Deben tener 14 ó 15 años. Una amiga suya más mayor, fea y gorda, empieza a desesperarse y aborda a todo bicho viviente. Lo hace con los dos ingleses que han cenado a nuestro lado, no le hacen caso. Unos burgueses locales bien vestidos nos llenan los vasos de Beerlao y brindan con nosotros. Han pedido unos aperitivos para la cerveza que sirven en bandejas de polispan. Una tiene cacahuetes, otra almendras y la tercera una especie de grillos a la plancha. Huelen exactamente igual que las gambas a la plancha. Toda la ciudad esta impregnada esa noche de con ese olor.

Veo una escena bastante obscena en medio de la fiesta, protagonizada por una chica con un excesivo escote. Fijándome más, me doy cuenta que es un "ladyboy" con un chaval muy borracho. Sus amigas también son ladyboys. Van muy escandalosamente desvestidas para el uso local. Empiezo a estar borracho y reconozco que me ataca la concupiscencia. Podría hasta echarme al monte, aunque sé que tendría uno de los despertares más desagradables de mi vida. Nos vamos al hotel envueltos en el olor a gamba.

Ya nos lo advirtió el conductor del tuctuc: "tomorrow is happy New year and all is closed". Efectivamente, no hay casi nada abierto en la ciudad el primer día del año excepto los templos. Visitamos dos de ellos llenos de turistas. Coloridos como todos, un poco kitch. En uno de ellos vemos como los fieles pasan consulta con los monjes, que a cambio de ofrendas les dan su bendición. En uno de los templos, tienes que levantar una figura de un elefante tres veces y se te concederá... ¡ un deseo! Toma ya budismo. No me extraña nada, ya he visto contradicciones similares en la India.

Tenemos que decidir si al día siguiente nos vamos en avión o en autobús a Luang Prabang. La pereza de 10 horas de autobús y nuestros posibles nos vencen, y elegimos el avión. Error, nos perdemos un paisaje impresionante y pasar por verdaderos pueblos del Norte de Laos.


LUANG PRABANG

Esta ciudad es la capital artística e histórica de Laos y uno de los puntos imprescindibles de un viaje por el país. Al llegar nos vamos directamente a comer algo a un chiringo subido a las altas laderas del Mekong. Las vistas del río son realmente bonitas, con sus barcos-canoa subiendo y bajando por un cauce que tendrá en ese punto cerca de 1 km de orilla a orilla.

Al lado tenemos dos brasileños y dos argentinos hablando en español. Más allá, otra pareja que también habla español. Enseguida se establece una conversación común y nos juntamos los ocho en una mesa. Los sudamericanos son jóvenes viajeros que recorren países del Sudeste asiático a toda prisa. Son buena gente y de trato agradable, pero los realmente interesantes son la otra pareja.

El se llama Rafael y viene desde La Coruña en bicicleta. Lleva 20 meses de ruta. Es un informático de mi edad que no era ni aficionado a la bici.  Ha hecho una ruta impresionante atravesando Europa, Turquía, el Kurdistán, Irán, todo el norte de la península arábiga, India por la cara sur del Himalaya, Nepal, Birmania, Tailandia, Camboya, Vietnam y ahora Laos. Quiere acabar el viaje recorriendo Australia. Gasta de media 150 dólares al mes, y duerme en una tienda que lleva donde le coge la noche: templos, jardines de casas o directamente en la cuneta. Ha convivido con una familia kurda 2 semanas y con una iraní un mes. El país que más le ha gustado es Irán, por su fuerte cultura y la amabilidad de sus gentes. El que menos, y realmente lo odia, La India. Por insolidarios, egoístas y faltos de empatía. Comparto absolutamente su visión. No quiero ni pensar lo que tiene que ser circular por La India en bicicleta. El desprecio hacia tu persona y tu vida puede ser total. Los indios no mueven un dedo por tí a no ser que tengan algo que ganar.

Ante mis preguntas, que destilan admiración (donde duermes, como te organizas las comidas, pasas fronteras conflictivas, recorres países con visados solo de días, te haces con agua suficiente y potable en los desiertos, evitas los caminos más inseguros, ...), se nuestra modesto, y no parece falso. Le parece fácil, es taoísta. No tiene prisa por llegar a ningún sitio, no tiene metas ni objetivos ni plazos. Si tiene que ir muy despacio, pues va, si se cansa, pues para. Ha subido puertos de 60 km en el Himalaya con firme de grava y no ve problema físico alguno, solo dice que no hay que desesperarse, nada más.  Es un tipo muy tranquilo. Solo le exaspera el turismo, que dice que lo corrompe todo. Yo estoy de acuerdo, es un bulldozer. Ignorantes en parques temáticos burbuja. Y cada vez va a más. El capitalismo es lo que tiene, que democratiza todo, pone cualquier cosa al alcance del dinero, reduce costos y hace que cualquier poseedor de un trabajo pueda hacer cosas que cree que le van a gustar. Tiene una página de Facebook que la ha hecho un amigo, se llama "De Coruña a Nepal en bicicleta", ya que al principio solo iba a ir a Nepal. Sube alguna foto de vez en cuando. Me gusta imaginármelo atravesando la ciudad de Dubai en bicicleta y adentrándose en el desierto. Me dijo que en esa etapa paraba en las playas solitarias a dormir y comía en pequeños pueblos pesqueros, donde le acogían con mucha amabilidad.

Su compañera actual de viaje se llama Claire y la conoció en Bombay. Es californiana y profesora de matemáticas en un colegio elitista de esa ciudad-infierno india.  Sus alumnos pagan 50.000 $ por curso y en general son unos desgraciados. Son hijos de ejecutivos globales, diplomáticos o políticos indios. Van a la escuela con su chofer particular y de ahí a casa de nuevo. Tienen todo y nada. Sus padres los aparcan ahí y están demasiado ocupados como para dedicarles algo de tiempo. Cambian de país y de burbuja con asiduidad. No son alumnos brillantes pero tienen su futuro solucionado. Viven solos y con todos los caprichos. Claire se ha unido a Rafael para recorrer algo del sureste asiático en sus vacaciones de Navidad y tampoco cogía una bicicleta desde hacía años.

Salimos a pasear por Luang Prabang y no damos crédito a lo que vemos. Miles de turistas de todos los pelajes, desde mochileros a turistas de lujo. Todo el centro histórico donde están los monasterios está poblado de hoteles, restaurantes y agencias de viaje. No hay otra cosa, es un resort en toda regla. No comprendemos como ha llegado toda esta gente aquí, es una parte remota del planeta.

Visitamos el monasterio mas importante de noche. Parece irreal, son edificios como de papel maché, con incrustaciones de piedras brillantes y dorados. La oscuridad lo hace todavía más extraño. Ha caído la noche y hace un frío que no esperábamos, además no tenemos la ropa adecuada. La habitación está preparada para el calor, no para el frío, y la temperatura dentro es desagradable. Esto va a ser una constante durante toda la semana siguiente. Pese a que los hay a decenas, nos cuesta encontrar un restaurante que nos guste y que tenga una mesa libre. Nos sentamos en una mesa de cuatro. Al rato, un joven occidental nos pide sentarnos a nuestro lado, dando a entender que no tiene otra mesa libre. Le decimos que sí, se sienta, abre un libro en chino y se vuelca a leerlo con los codos en la mesa y la cabeza gacha. Estará así durante toda nuestra cena, sin pedir nada ni abrir la boca. Poco antes de que acabemos, se levanta y se va sin decir nada. En fin. Nosotros cenamos opíparamente, como siempre desde que hemos pisado este país: una ensalada con frutos secos y una salsa dulce deliciosa, un "stir" de arroz con carne, un poco picante y con algo de sabor a gengibre, más dos beerlaos de 660 cl: total 8 €.

Al día siguiente me levanto con algo de dolor de garganta y una décimas de fiebre, fruto del frío de la noche anterior. Nos levantamos tarde y vamos a alquilar una moto para dar una vuelta y visitar unas cascadas a 35 km de la ciudad. El propietario de las motos me pide que le dejemos el pasaporte original de fianza, asunto que no me hace ninguna gracia. Si ocurre algo con la moto, o aunque no ocurra, no quiero depender de ese tipo para recuperar mi pasaporte. De todas formas, tampoco lo llevamos encima, así que volvemos para el hotel. En el camino, en una de las decenas de agencias de viaje, vemos que organizan excursiones a las cascadas con salida en un par de horas. Dado mi estado de salud y el asunto del pasaporte, elegimos esta opción.

Nos montan en furgoneta de pasajeros, "minivan" en el argot del país, seremos unos doce. En el asiento de delante viaja un español solo que se ha sentado al lado de una rolliza brasileña. El tiene 34 años, ella 21. El es un seductor, ella una tonta. Le da la brasa sin parar durante el viaje de ida y el de vuelta. Qué paciencia, pienso yo, ¿tanto le apetece el objetivo para semejante esfuerzo? ¿Merece la pena tanta falsedad? No para de decir estupideces con una pose ridícula. Al final del viaje, los 70 kilos de la pequeña brasileña ya reposan sobre su hombro. Me acuerdo del pescador de "El viejo y el mar" y su presa, pero esta vez creo que no habrá tiburones.

Las cascadas, dentro de un recinto en el que hay que pagar para entrar, están plagadas de turistas. Espectaculares si no has visto muchas en tu vida, que no es mi caso. Se turnan para hacer fotos. También hay en el recinto una zona vallada, que está reservado para osos rescatados de los traficantes de animales. Las explicaciones de los carteles son para niños de tres años. Nos encontramos a los argentinos que conocimos el día anterior. Esta mañana han estado montando en elefante y bañándose con ellos en el Mekong. Volvemos al hotel sin haber disfrutado mucho, la verdad. Ni si quiera la carretera era interesante.

Por la mañana vuelve a hacer un frío que pela que nuestra ropa de verano no amortigua. Nos dirigimos al embarcadero, ya que hemos visto que a las 8:30 salen los barcos-canoa en una excursión río arriba de dos horas. Lleva grandes grupos que les han proporcionado previamente en las agencias. Por una sola vez, salen puntualmente y nos quedamos en tierra. Casi nos alegramos porque consideramos que hace demasiado frío para ir a esa hora por medio del río. No tardamos en contratar un bote para un grupo de seis personas que sale 4 horas más tarde, así que disponemos de la mañana para deambular por la ciudad. Resulta que, en los últimos años, los turistas están empeñados en realizar continuamente actividades en sus viajes, principalmente relacionadas con lo que se llama aventura. Todos se apuntan a ello, sin tener en cuenta edad, condición física o afición previa. Kayaking, tirolina, rutas en bicicleta, los citados paseos en elefante, escalada, canyoning,... De todo eso hay mucho y abundante en Luang Prabang. Ya rizando el rizo he visto varias agencias que ofrecían un pequeño triatlón.
Ay,  la evolución de la sociedad occidental, que no se acaba de encontrar. Preveo un feo final. O un feo punto y seguido.

Bueno, el caso es que todos los turistas estaban sufriendo fuera de la ciudad y ésta se encontraba vacía de tan enturbiador elemento. Entonces se convierte en otro lugar y la reconciliación es inmediata. Monjes recogiendo sus túnicas tendidas al sol, niños jugando dentro de los templos, calles vacías, conductores de tuctucs tumbados sin hacer nada, hombres jugando a las cartas, mercados sin clientes, mujeres lavándose con mangueras y valdes delante de sus casas, abuelas despiojando nietos... Así que nos dedicamos al "contemplanding" sin tampoco hablar mucho.

Mas tarde, ya en el bote, pudimos ver la vida que cuelga del Mekong. Hay minas en sus orillas que descargan mineral en enormes gabarras. Están construidas de forma muy curiosa, literalmente tienen un pequeño chalet que parece han descargado directamente en la popa del barco, con su entrada principal, ventanas con alféizar y terraza para solaz de los moradores. No se entiende algo tan doméstico en una construcción tan industrial. También están los pescadores, buscadores de oro, recolectores de algas que luego se comen una vez secadas al sol, bañistas en sus orillas, casas remotas y solitarias flanqueando el río, búfalos y vacas en sus playas. Todo curioso salvo el objetivo del viaje, unas cuevas como las de la Virgen de Lourdes, pero en lugar de la virgen, unas decenas de buditas.

Otro comentario merece la navegación por el río, mucho más complicada de lo que parece. El río se remonta por las riveras para evitar la corriente central más fuerte, y se parece mas a una conducción por carretera que a navegar. Continuamente va dando curvas y cambiándose de orilla, ya que el río, visto de cerca, ofrece multitud de trampas en forma de piedras, bajíos o troncos de árbol. El momento delicado fue incorporarnos al río después de atracar para ver las cuevas. Para evitar la posibilidad de que la hélice del motor toque fondo, primero impulsan la embarcación hacia el centro del rio y luego arrancan, pero esta vez la batería no respondió. Ya le había costado a la ida, lo que me da  a entender que nuestro capitán no era muy responsable. Justo donde estábamos, había una gran área con rocas a la que nos llevaba la corriente. Nuestro Ahab maniobró entre las rocas ayudándose de un palo, no sin antes rozar el casco con una de ellas, y consiguió llegar a la otra orilla. Allí nos ayudó otra embarcación mejor preparada, arrancando nuestro bote con una batería de reserva.


NONG KHIEU

Cuatro horas de viaje por una bonita carretera montañosa hacia el norte nos lleva al pequeño pueblo de Nong Khieu. Está enclavado a la orilla del Nam Ou, afluente del Mekong, y es difícil imaginar un paraje más pintoresco. El río, de un verde puro, está encajado entre enormes montañas cársticas, cubiertas a su vez de vegetación. La visión desde el puente que lo atraviesa es idílica, casi exageradamente, y recuerda a esos cuadros que cuelgan en los restaurantes chinos españoles. El pueblo flanquea la carretera, prácticamente sin tráfico, y lo componen moradas muy humildes que se se dejan ver en su interior, ya que siempre están con las puertas abiertas. Normalmente se componen de una estancia: una parte la dedican a almacén de grano u otros elementos, dependiendo cual sea el negocio familiar; en una esquina una o varias esterillas para dormir, en frente de estas, un televisor; y en la calle una antena parabólica. Todos tienen móvil y muchos una moto, o como mínimo una bicicleta, todas básicas y del mismo modelo, ¡Quién quiere más!

El hotel donde nos alojamos es nuevo y lo llevan dos occidentales de mediana edad, uno más mediana que el otro, deduzco que gays. El emplazamiento es precioso y las zonas comunes muy elaboradas, aunque la cabaña que nos adjudica deja bastante que desear. Salimos a la carretera con unas bicis que nos prestan en el hotel. En el camino encontramos un complejo de cuevas que había sido refugio para el partido comunista laosiano en la guerra de indochina de finales de los 60 y principios de los 70. Este partido, en nombre local Pathet Lao, y que sigue gobernando actualmente el país, tenía tomado todo el nordeste de Laos hasta la frontera con Vietnam. Luchaba contra la monarquía de Laos y por supuesto apoyaba logísticamente al Viet Cong, por lo que toda esta zona era objetivo de los bombardeos americanos. Al parecer estos arrasaban cualquier edificación con apariencia civil o militar, así que los guerrilleros se pasaron toda la guerra refugiados en cuevas, algunas enormes. Están ubicadas en altura, en medio de una pared de caliza altísima, cruzando un pequeño y bonito río y un arrozal.

Dos niños de unos 10 años se nos pegan esperando una propina, que por supuesto les negamos. No vaya a ganar más dinero el niño que su padre acarreando leña de un lado a otro. Estamos solos en las cuevas con los susodichos, y unos viejos carteles indican a qué se dedicaba cada parte de la cueva: sanatorio, reuniones de oficiales, depósito de armas, administración, almacén de arroz, ... las cuevas no tenían solo un uso militar, sino que también atendían las necesidades de la población civil. Los Hermanos Musulmanes los debieron tener de ejemplo.

Siguiendo la carretera con la bici paramos en una pequeña aldea. Si alguien quiere representar en un pueblo la idea de felicidad, que venga aquí a copiar. D. da en el clavo con la descripción: es la animación de un cuadro de Gauguin. Un valle verde rodeado de montañas, casas de madera, niños por la calle y en la escuela, ésta prácticamente al aire libre, gente reunida hablando alegremente al lado de la única calle. Mucha calma. El pueblo brilla en verde y marrón con la luz del sol mientras los niños con una sonrisa te cantan "sabadee ..."(hola, cómo estás). En seguida nos rodean sin decirnos nada, solo sonriendo, hasta que su curiosidad se ve satisfecha y se van a sus quehaceres. Un lugareño nos pide permiso para fotografiarnos, el mundo al revés. Nos quedamos allí largo tiempo, es difícil irse. Regresamos por la carretera en nuestras bicis junto a las de los escolares.

En la mañana siguiente cogemos un bote que remonta el río transportando lugareños a los pueblos de más arriba, donde no hay carretera. También hay algunos mochileros, ya que una de las aldeas atiende a este tipo de turismo. En nuestro bote solo hay locales y lo llenan hasta los topes. Vamos sentados en el suelo y no hay espacio para mover un pie. Un campesino que tengo al lado, sin decirme nada, me agarra el brazo y se lo pone  en su cara para observar mi reloj con detenimiento. Otra mujer retoca la carcasa de su móvil con un enorme machete, la imagen es inolvidable. En tal aglomeración, llegan con bidones de gasolina que también quieren embarcar. La física newtoniana no opera aquí, y suben unos cuantos bidones, uno de ellos a mi lado, con lo que ya tengo el olor en mis mismas narices para todo el trayecto. Después de tenernos 45 minutos de espera en tan cómoda situación, por fin partimos río arriba. Me gustaría dotarme de adjetivos para describir este limpísimo y magnífico río y sus paisajes, pero no soy capaz. Es un trozo del paraíso original. Pienso que en este momento no tendría argumentos frente a un creacionista, esto no puede ser casualidad. A la vuelta a nuestro pueblo, paseamos por la calle con las últimas horas de luz. En las casas no hay cocina, por lo que todos los vecinos salen a la puerta, encienden una hoguera y cocinan, principalmente brochetas en número excesivo, como si esperaran venderlas a alguien, pero no vemos el público objetivo por ningún lado.

En el hotel hay una pequeña sauna. Entramos sin ver nada por el vapor y una pareja empieza a hablarnos. Yo hablo con una barriga masculina y una pantorrilla femenina. Son de Múnich. El es un alemán de unos 70 años y ella una indonesia en la cincuentena. Están realizando un viaje de dos meses por el sureste de Asia, incluyendo Indonesia para visitar a la familia de ella. Nada de particular, él hace latente el poder de su dinero.


LUANG PRABANG 2

Vuelta a Luang Prabang al mismo hotel para pasar una noche y esperar al avión que sale al día siguiente a Vientián. El pico de turistas ya ha pasado porque se ha acabado la Navidad, y la ciudad presenta un aspecto muy tranquilo esa tarde. Además hace menos frío. El único inconveniente es que D. está algo enferma ya desde Nong Khieu, donde la última noche ya no cenó y apenas ha desayunado por la mañana.

Salimos a dar una vuelta por el pueblo y nos encontramos con el recepcionista de nuestro pequeño hotel, con el que ya habíamos establecido cierta amistad en la estancia anterior, amistad siempre limitada por el idioma, claro. Nos explica que ha venido toda la familia del dueño del hotel desde Australia y otros puntos del país, y que van a celebrar el año nuevo junto con el personal. Nos dice que por favor vayamos a la cena, que estamos invitados. Hay más "guiris" en el hotel, pero la invitación solo nos la dirige a nosotros, lo que nos halaga. Aceptamos sin tener muy claro si vamos a ser unos intrusos, pero en un viaje no puedes decir que no a semejante oferta desinteresada.

A la hora nos acercamos a una gran mesa con ya casi todas las sillas ocupadas. En seguida se levantan dos personas de la parte central para dejarnos sitio y nos sientan al lado de quien parece uno de los patriarcas. A la derecha de la mesa están las abuelas con algunos sobrinos y nietos. En frente, el hermano que vive en Australia con su mujer, acompañados del hijo de nuestro anfitrión, que nos mira con suspicacia al principio, con cara de "qué hacen estos dos aquí". A la izquierda el "staff" del hotel, todos muy jóvenes. En Laos todo el mundo es muy joven, supongo que debido a su prácticamente inexistente sanidad.

El patriarca es muy hablador y me cuenta su vida, que no tiene desperdicio. Fue piloto de guerra con los americanos en su lucha contra el Pathet Lao en los 70. Me muestra fotos con su bombardero. Su hermano pequeño, el que está sentado enfrente, y que por entonces tenía unos 15 años, me dice que se colaba en el bombardero un par de horas antes de las misiones y que allí permanecía agachado hasta que despegaban. Le gustaba acompañar a su hermano, pero que llegó a pasar tanto miedo, que desde entonces odia volar y lo evita siempre que puede. De hecho cuando va a Bangkok lo hace en tren, y cuando vuela se toma pastillas. Al acabar la guerra, nuestro piloto fue condenado a 6 años de trabajos forzados en un gulag laosiano. Cuando fue liberado, los americanos le ofrecieron la nacionalidad, pero él prefirió emigrar a Australia, donde ya estaba su hermano. Allí se hizo profesor de pilotos, y alcanzó un buen nivel de vida. Hoy es dueño de 2 hoteles en Luang Prabang, una tienda de IPhones y un restaurante. Me confirma que el nivel del parque automovilístico de Vientián es fruto de la corrupción del gobierno y sus funcionarios, a los que debes pagar si quieres obtener un simple puesto de trabajo. Hay un momento en el que se produce una entrega de regalos a los trabajadores. De lo poco que puedo ver, ya que me tiene atrapado en su charla, es una plancha Tefal que entregan con mucha pompa a una empleada.

D. se encuentra bastante mal al día siguiente, pero debemos ir al aeropuerto a coger el avión, que en el vuelo de las 13:00 realiza un "EBASS" según el anfitrión. Veo que no es de hélices como el de la ida y es del fabricante Airbus. Buff, cuanto sufre uno con los idiomas.

En Vientián vamos directos a la estación central de autobuses. Pasamos por el barrio donde estaba el hotel y no podemos reprimir cierta nostalgia, como si hubiéramos vivido allí hace unos años: "los hechos en el tiempo no se suceden", dice Dragó.

La estación de autobús es tercer mundo puro: mendigos, desorganización, puestos callejeros y mucha suciedad. Nuestro autobús sale con retraso (Lao time), y nos va a pasar la frontera hasta Nong Khai, la ciudad de Thailandia que está al otro lado del Mekong. El viaje vale un euro y medio, e  incluye a una diligente mujer que nos pastorea a todos en el paso de las dos fronteras sin mediar palabra. Cruzamos el Mekong por el Friendship Bridge, lo que estaba planeado a la ida, lo hacemos a la vuelta.


NONG KHAI

Nuestro hotel es de diseño, equivalente a un 4 estrellas pero por 30 Euros. Eso sí, no hablan ni papa de inglés, en esta ciudad no hay apenas "falangs" (guiris). A pesar de ser un pequeño pueblo de provincias tailandés, nos parece Nueva York comparado con Laos. Hay amplias avenidas bien asfaltadas, multitud de tiendas con coloridos carteles y tuctucs a precio competitivo. Eso sí, nuestro vecino de enfrente es un elefante. Su dueño lo trae y lo lleva caminando por el arcén de la autovía no sabemos a donde, porque aquí no hay turistas. La imagen del tranquilote elefante entre el rápido tráfico es encantadora (de encantamiento) y no puedes evitar sonreír.

Al día siguiente D. sigue enferma y decidimos que es mejor que se quede en la habitación todo el día. Le cuesta pero acepta su penitencia. Yo salgo y cojo un Tuctuc al centro del pueblo. Hace un día frío para estas latitudes y el pueblo tiene un ambiente como de localidad playera fuera de temporada. Hay un paseo marítimo en toda regla en la rivera del Mekong, con sus tiendas y restaurantes con terraza. Cámbiese Mekong por Mediterráneo y estará en el Levante español. Tiene varios templos que visito de pasada, un centro de meditación, un concurrido mercadillo cubierto y multitud de comercios. Se conserva un barrio viejo de madera que recuerda mucho a los antiguos barrios japoneses. Me veo solo por ahí e inmediatamente retrocedo a mis primeros viajes en solitario por el mundo. Estoy muy a gusto, por qué no decirlo, aunque también sé que lo poco se disfruta y lo mucho satura. Almuerzo en el único sitio que veo los platos traducidos al inglés. Aún así no me entero muy bien de lo que he pedido. Empiezan con un arroz con pollo, después una salsa, después un caldero de arroz, después una ensalada de soja. De todo voy probando hasta que se dan cuenta que están sirviendo en mi mesa lo que es de la mesa de al lado. Les importa poco y pasan los platos ya empezados de mi mesa a la otra, dejándome solo el arroz con pollo. Pago 1,5 € por el susodicho con una Coca-Cola.

A la mañana siguiente D. se encuentra realmente mal y me preocupa seriamente. Apenas se puede mover y no baja a desayunar. Si sigue así de mal no sabré que hacer con ella, en este pueblo no creo que haya hospital y nadie habla absolutamente nada de inglés. Tenemos que irnos a una localidad que se llama Udon Thani, a 60 km de donde estamos, para coger un avión a Bangkok. Quiero salir de aquí como sea y con mucha paciencia negocio un taxi en la recepción hasta el aeropuerto. Son 25 euros, un chollo dada nuestra situación. Milagrosamente D. se va recuperando durante la hora de trayecto y ya en el aeropuerto se encuentra mucho mejor. Udon Thani es un pequeño centro de turismo sexual para la comarca, y en el avión vuelan con nosotros no menos de una docena de Ladyboys portando sus vestidos de lentejuelas en perchas. También algún monje, que gozan de tratamiento VIP en cualquier espacio público. Tradición y modernidad, dicen.


BANGKOK


D. por suerte está muy recuperada y salimos a pasear. Bangkok es un entorno de polución, ruido, atascos continuos y mucha gente de un lado para otro. Venimos de zonas rurales y necesitamos algo de verde, la ciudad es asfixiante. Cogemos el metro y nos dirigimos al parque Lumphini (nombre de la ciudad donde nació Buda), el más grande la ciudad. Allí hay una Big Band tocando standards americanos. El público lo componen expatriados con sus familias mixtas tailandesas, tailandeses de clase media y algún que otro turista. Estamos un buen rato y al salir nos topamos con una avenida cortada al tráfico llena de puestos callejeros. También hay un escenario donde se desarrolla un concierto de pop bastante "friki". Abundan los turistas y caminando caminando nos metemos sin querer en Patpong, uno de los distritos rojos de la ciudad. Es un callejón ("soi" dicen aquí) lleno de clubs de alterne. En sus puertas hay decenas y decenas de prostitutas. En general son guapas y delgadas, aparentemente parece que ninguna de ellas pasa de los 25 años. La competencia es feroz y el marketing ha hecho su aparición: los clubs tienen su uniforme corporativo y hacen posar a las prostitutas con el mismo vestido a las puertas. Nos llama la atención un grupo con uniforme amarillo posando como un equipo de fútbol: unas sentadas y otras en pie detrás. Tienen cartas plastificadas como menús de restaurantes llenas de fotos de chicas. Los comerciales nos abordan con lo que será una letanía en esa calle: "Ping-pong, banana shot ..." . Todo menos refinado que sus equivalentes japoneses, pero ganan sin duda en cantidad de oferta.

En los puestos comemos 4 excelentes brochetas de pollo por 1 Euro. Comer en la calle es regalado. En otro puesto venden biberones para que les des de mamar a unas cabras que tienen en una jaula. Venden cualquier cosa que puedas imaginar.

En la mañana cogemos el "sky train" hasta el río que hace de límite de la ciudad, y desde allí un bote-autobús hasta el palacio real. Hay miles de turistas y es agobiante. Muchos de ellos llevan unos palitos que les separa del móvil para poder hacerse un "selfie". Renunciamos y nos vamos cerca de allí a un templo que contiene el buda reclinado más grande del país. Otros cientos de turistas. Algunos de ellos disfrazados con pantalones pareo se sientan entre el gentío en postura de meditación. Se me revuelve el estómago.

De camino al barrio chino paramos en una pastelería en la que meriendan unas escolares tailandesas de unos 14 años. Son cuatro, y dos de ellas son pareja. Se hacen carantoñas mientras las otras dos sonríen. La libertad sexual de este país no tiene parangón. Ves centenares de ladyboys por la calle, uno de ellos nos atiende en la recepción de nuestro hotel. Están perfectamente integrados. Da la sensación que muchos cambian de gustos sexuales a lo largo de su vida más de una vez. El barrio chino es eso: un barrio de la China. Solo desentona una zona llena de armerías, llevadas por musulmanes. En los escaparates de cristal exponen Kalasnikovs, fusiles, pistolas y demás material como para comenzar una guerra. No se entiende en un pueblo tan pacífico como este. Volvemos en taxi, que para dos personas es más barato que el metro. El atasco es tan grande, que nos bajamos bastante antes de llegar al hotel, en medio de la avenida. Llevábamos 15 minutos sin movernos ni un metro. De camino cenamos un curry y un yakisoba en el restaurante 24 horas de un supermercado.  Salimos bien cenados y algo borrachos: 9 Euros. El público es cosmopolita. Todas las razas se juntan en esta ciudad, que parece que nunca duerme.

Nos recomiendan visitar la casa de Jim Thompson, un americano que vivió aquí hasta que murió en los sesenta. Es la exótica vivienda de un falang en indochina, nada que reseñar. Preferiría ver los enormes rascacielos, muchos de ellos pura arquitectura contemporánea cuidada hasta el mínimo detalle. Y el gusto por el interiorismo de esta gente es algo a destacar. D. quiere hacer algunas compras y me comprometí en su día a admitir el suplicio de los centros comerciales, así que soporto malamente la tortura. Es verdad que al final disfruto con el diseño del edificio de algunos de ellos, extremadamente modernos. Hay una plaza entre dos centros comerciales, en un nivel elevado de la ciudad sobre el rasante, que es digna del año 2.050. Enormes videowalls y psicodélica iluminación la adornan. Puro "Blade Runner". Nos subimos a un taxi para volver al hotel y nos volvemos a bajar antes de llegar por el brutal atasco que nunca acaba.

Siguiente día: caminamos la Avenida Silom, que va cambiando según vas avanzando. El primer tramo comercial y de negocios, moderno. En el segundo pasas de golpe a un barrio indio, con sus templos dedicados a Shiva y la gente con el lunar pintado en la frente. Acaba cerca del río, la zona más antigua de la ciudad, con calles llenas de joyerías regidas por indios.

Esa noche hemos quedado a cenar con mi socio de Barcelona. Se ha echado pareja formal en Tailandia después de múltiples experiencias y se va a construir una casa en un pueblo del Norte. Ese día está en Bangkok por una razón muy particular. Un buen cliente nuestro viaja a Pattaya, ciudad costera no lejana a Bangkok, y que es famosa por ser el mayor puticlub del mundo. Va a pasar 10 días con un amigo. Tiene sobre 50 años, está casado y tiene una hija. Dice que no tienen experiencia en Asia, al parecer sí en Cuba, y le ha pedido a mi socio que les introduzca en el asunto. Así que lo espera en el aeropuerto de Bangkok al día siguiente para llevarlos directamente a Pattaya.

Nos citamos en la entrada del hotel Sofitel. Se me hace extraño verlo allí, más con la compañía de D. Cenamos en un restaurante de falangs, en una zona de hoteles para extranjeros, donde estamos todos alojados. J., mi socio, se ha traído los platos que quiere que probemos traducidos al idioma local, como si eso fuera necesario en ese restaurante y como si nosotros no supiéramos pedir en un tailandés. Valoro su buena intención, pero pienso que es cultura catalana el pensar que el resto se ha caído de un guindo. El camarero apenas le entiende y le responde en inglés.

Nos habla de su vida cuando está en Tailandia. Se le ve contento y relajado. Le contamos lo que hemos visto en Bangkok y nos dice si hemos entrado en algún bar de la zona roja. Nos propone ir al "Soi Cowboy", un callejón cerca de aquí con multitud de bares de alterne. El aspecto es como el de Patpong, y entramos en uno de los locales cuyo público objetivo es el japonés.

Son dos plantas cuadradas, una encima de otra, con una pista de baile redonda en el centro. En esta pista bailan, conversan o se aburren unas decenas de jovencitas. En la planta de arriba el suelo de la pista es de cristal, y las bailantes van vestidas de colegialas con minifaldita de tablas, con lo que podemos imaginarnos la visión desde abajo. Pegados a la pista, una ristra de babeantes machos las observa detenidamente. Hay también sillones con mesas bajas un poco más alejados. Si las chicas establecen contacto visual con algún cliente, se dirigen a él una vez acaba su turno de baile y son sustituidas por otro grupo de jóvenes. Delante de nosotros tenemos dos japoneses. Una de las chicas intenta besar a uno de ellos, pero este se arquea en la silla para evitarlo, casi con gesto de asco. Otra chica bastante guapa se sienta al lado de un japonés más maduro, que ni siquiera la mira, pero al rato se va con ella previo pago del impuesto revolucionario a la madame. Antes de eso, se ha hecho invitar a un par de "ladydrinks" que ha apurado casi de un trago.

Entramos en un segundo bar, este con menos sutilezas. Un grupo de chicas bailan completamente desnudas, salvo los zapatos de tacón, en medio de la pista. Una no le quita ojo a un posible cliente treintañero pegado a la pista. No para de insinuársele, mientras este teclea en el móvil, parece que contando a sus amigos el bocado que le espera. En otra esquina vemos a un japonés sentado  agarrado de la mano de una chica. Parecen una pareja de quinceañeros, si no fuera porque ella va desnuda. En cuanto contactan visualmente, las chicas se abrazan a los clientes. Nos comenta J. que no son tan jóvenes como aparentan, aunque a mí sí me lo parecen.

Al salir del bar nos despedimos de J y nos vamos a dar una vuelta. La calle está llena de puestos callejeros, paseantes, y sobretodo, prostitutas. Su presencia no es peor que las del interior de los clubs, por lo que concluyo que la relación calidad precio para comer, beber y aparearse en Bangkok es muy superior en la calle que en los locales cerrados. Abundan los muy maduros hombres occidentales buscando compañía. Giramos en una calle y de repente nos plantamos en una ciudad musulmana. Las prostitutas aquí pasan a cubrir su cabeza con un Hiyab y fuman. Los comercios, cafeterías y el público son exclusivamente árabes, en 10 metros hemos pasado a Marruecos. De camino al hotel, entre el gentío, un ladyboy con un trasero operado que podría pertenecer a una brasileña nos sonríe a los dos. Hay niños muy pequeños solos durmiendo por cualquier rincón, tirados en las polucionadas aceras. Siento un punto de angustia y tristeza.

Vuelta en avión a Madrid. En el vuelo veo "2001" en inglés, no tengo otra posibilidad. No entiendo nada y casi es mejor. Me dejo envolver por esta silenciosa y estética película, acunado por la dulce voz original de HAL.