sábado

San Valentín






SAN VALENTÍN


Llevaba pensando toda la semana qué es lo que le iba a decir. Cuando llegó el día, dejé a los niños en casa de los abuelos y pasé a recogerla al salir del trabajo. Se había arreglado y estaba imponente. Mi mujer estaba muy buena, sí señor, no había que perder la perspectiva.

 Había reservado una mesa en un bonito y romántico restaurante al otro lado de la ciudad. Era una jornada complicada para el tráfico, miles de parejas también celebraban el evento, y pese a las recomendaciones del ayuntamiento, se resistían a no acudir en vehículos particulares a sus lugares de celebración.

  Ya en el atasco, se palpaba el ambiente de la festividad. Miré al coche de al lado, donde el miembro masculino de la pareja braceaba y hacía aspavientos, con la música muy alta, mientras los dos hablaban a la vez. Nosotros, sin embargo, íbamos callados, ensimismados en nuestros pensamientos, yo tratando de repasar en mi mente el mensaje de este año. De lo que le rondaba a ella por la cabeza ni idea, solía ser bastante espontánea y le salía solo, sin necesidad de preparar nada.

  Nos costó bastante tiempo aparcar. No nos irritamos con eso, como suele ser habitual, hoy era un día especial y había que evitar malos humores gratuitos. En el restaurante (caro, la ocasión lo merecía), nos recibieron con un nivel de humillación proporcional al precio, y entre parabienes nos llevaron a una mesa, con una tenue iluminación amarilla. No sin dificultad, debido a la falta de luz, conseguimos leer la carta y pedir. No presté mucha atención, la comida no era lo más importante de la cena.

-          Bueno, entonces quien empieza –dije, como siempre mal, perdiendo la iniciativa.

-          Yo misma.

-          Pues adelante.

Me clavó esa mirada con la que sabía dar miedo. Esa con la que sabías que era capaz de cualquier cosa. Empezó:

-          Después de insistir mucho, la verdad es que el chico ha sido muy tenaz, he accedido a tomar un   café con él.

-         ¿Con quién? ¿de quién hablas?

-          Con Teo.

-          Anda ya, ¿con ese mastuerzo? Si es un cretino de libro. Y está gordo.

-          Bueno, tiene su punto, ya sabes que anda metido en política. Es agresivo y llegará lejos.

-          ¿Y a ti qué más te da eso? ¿Es que piensas dejarme e irte con él? Te recuerdo que está casado y tiene tres hijos, uno de ellos un bebé. Con la edad que tienes, deberías haberte dado cuenta que solo quiere echar unos polvos contigo y ya. Un día vi como te miraba las tetas, en otro me hubiera hecho gracia, pero a ese me dieron ganas de darle una hostia.

-          La vida da muchas vueltas, lo de los polvos ya lo sé, luego la ruleta comienza a girar y pueden  pasar muchas cosas.

En la mesa de al lado la chica estaba llorando, mientras él, con una mirada torva, la hablaba en un tono muy bajito. En la siguiente, era él el que tenía el gesto desencajado, mientras ella le decía algo enfatizándolo con un dedo acusador.

-          Vaya tino que tienes. Sabes que ese tipo me cae especialmente mal.

-          Lo sé, pero estoy cansada de ti. No me tratas bien y no tengo ninguna ilusión de hacer nada   contigo.

-          Yo no soy ningún animador de hotel. Prueba a entretenerte tú sola.

-          Eso es precisamente lo que estoy haciendo.

-          ¿Algo más que decir?

-          Sí, mucho más, pero lo inmediato es eso. ¿Y tú?

-          Bueno, yo en ese campo, tengo que decirte que el otro día besé a tu amiga Ruth. – no le quité ojo mientras se lo decía. Intentó no mover un músculo, pero una ceja la delató, el golpe había dolido
.
-          ¿Y?

-          Me dijo que besaba muy bien. Se bajó del coche y se fue a su casa.

-          Qué maja. Eso es porque desconoce que no sabes follar.

-          Dudo que te acuerdes. Hace mucho que perdiste el interés por eso.

En la mesa de al lado, él se había levantado y se había ido, dejando a su pareja sola en estado de “shock”. Si la mirabas, solo pedía compasión. Me hubiera gustado hacerla desaparecer de allí con un chasquido de dedos, el sufrimiento tiene un límite.

-          ¿Y cómo piensas conducir el asunto?

-          Ni idea. Solo sé que es dulce y se está tranquilo con ella. Y que está sola.

-          Está casada y tiene un hijo.

-          Su marido es un zoquete. Ella merece mucho más. Es tu amiga y lo sabes.

-          ¿Alguien como tú? Pero quien coño te crees que eres. Un paleto con ínfulas.

-          Yo sé abrir nuevos mundos a las mujeres. Y su marido sí que no sabe follar. Me divertirá hacerla descubrir el sexo de verdad.

-          No me hagas reír …

En la otra mesa, él le había dado un bofetón a su pareja, gritándola “eres una zorra”. Ahora blandía el puño cerrado delante de su cara. Otro comensal, muy corpulento, se abalanzó sobre él y lo inmovilizó para evitar males mayores. Cuando vi que la lucha de machos ya estaba decantada, me levanté yo también para apoyar al vencedor, ayudando a inmovilizar al del bofetón. Entre los dos lo sacamos a la calle y lo intentamos tranquilizar. Por supuesto, no lo conseguimos, y se largó dando patadas a los coches aparcados.

Al volver a entrar al restaurante, vi la cara de satisfacción de la que acababa de recibir la bofetada, y más atrás, la de mi mujer. Anthony Hopkins en “El silencio de los corderos” era más tranquilizador.
Seguimos la cena. Me dijo lo mucho que me odiaba, mis manías, mi petulancia, mi cobardía. El punto álgido fue cuando le comenté que me masturbaba pensando en María, la amiga de nuestra hija. “¡Tiene 16 años!”, exclamó. “Si no fueras una frígida …”, contesté. Acabó la velada contándome con todo lujo de detalles lo bien que se la follaban sus novios anteriores y aquel amante que tuvo hace unos años. Otro cretino integral, parece que les tiene gusto, lo que me hace pensar quien soy yo.

El camino de vuelta fue tenso, como era de esperar, también ayudado por el tráfico. Las parejas discutían fuera de sí dentro de sus vehículos, y soportamos un atasco tremendo porque se habían golpeado dos coches y sus conductores se estaban peleando en medio de la calle. La policía puso orden a porrazos y se los llevó detenidos.

Una vez en casa, nos metimos desnudos en la cama. Yo intenté hacerlo, pero ella me rechazó, alegó que estaba muy cansada. Al día siguiente dejé a los niños en el colegio. A las 14:00, la llamada de todos los días, pero esta vez con novedad: “¿qué tal el día de trabajo, cariño? Tengo una buena noticia que darte, me dan el cargo de Sonia y por supuesto me suben el sueldo. Podremos cambiarnos de casa.”



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