Solus ipse
SAN AMARO
Mientras deambulo por el cementerio de San Amaro, junto al paseo marítimo de La Coruña, observo atentamente el horizonte y, a lo lejos, el Faro de Mera, que ya empieza a lucir a estas horas del atardecer. La afluencia de turistas es sorprendentemente grande, por lo que indago y me entero de que figura en la mayoría de las guías como un cementerio marítimo de simbología celta y muy visitado por británicos que buscan algunas tumbas de sus antepasados. Según el folleto, se construyó en 1812 y aquí yacen Wenceslao Fernández Flórez, autor de El bosque animado, Eduardo Pondal, quien escribió la letra del himno gallego, Curros Enríquez o Manuel Murguía, marido de Rosalía de Castro. Y también descansan los restos de Conchita Picasso, hermana pequeña del pintor, quien murió en enero de 1895 víctima de una angina diftérica. Me importan muy poco esos personajes. Y eso me hace pensar en que la mayoría de las muertes rozan el ridículo. Es quizás lo más desagradable de morir, terminar haciendo el ridículo de una manera espantosa. Por eso los tanatorios son lugares de un humorismo muy especial, muy primario. Es muy difícil guardar la dignidad cuando solo ves ridículos a tu alrededor. Ridículo el muerto, con esa inmovilidad histriónica. Ridículos los que están alrededor. Ridículos los que ponen cara de tristeza forzada. Ridículos los comentarios de pésame. No es extraño que esporádicamente se oiga una risita entrecortada o una carcajada lejana de aquellos que se han alejado y han terminado explotando asfixiados por tanto rictus de seriedad. El tanatorio es un museo del fracaso, donde se expone lo ridículo, la muerte, con mueca incluida, de quien estaba recientemente vivo y fracasó.
Sin embargo, en los cementerios, los muertos alcanzan mucha dignidad. Son los héroes que ya han traspasado la frontera, esa que todavía nos queda por pasar a nosotros. Pasear por un cementerio es intentar entender la mentalidad del muerto que, en mi caso, siempre viene acompañada de una sensación de frío profundo, una falta de calor humano unido a una tranquilidad de ánimo especial. Los muertos me dicen, tranquilo, ten esperanza, aquí se está mejor que allí, no te preocupes por las tonterías de la vida, son ridículas. Y el ánimo se va tranquilizando pero frío, demasiado frío como para convencerme. La presión arterial desciende. Me esta entrando hambre.
Dejé el lago hace dos semanas. Mi voluntad recibió heridas profundas de un pertinaz hastío. Eso la encabritó. Decidí de manera fulminante dejar aquel templo al hastío en el que había vivido nueve meses.
Ayer, mientras paseaba por la Plaza de María Pita, frente al Ayuntamiento, compré en un quiosco el número 396 de la Revista de Occidente. Saqué un billete de diez euros y me devolvieron dos. La compré por la sorpresa de encontrarme con una revista tan familiar y a la que estoy suscrito. De hecho, en mi domicilio se acumularán los nueve ejemplares que me habrán ido enviando puntualmente, incluido este.
Me senté en una terraza, pedí un café con leche bien cargado, y me entretuve leyendo un artículo muy interesante como demuestra el hecho de que fue convenientemente subrayado.
El autor, Antonio Gutiérrez Pozo, profesor de filosofía de la Universidad de Sevilla me hizo reflexionar sobre el "dios ha muerto" del nihilista. La nada de la que hablaba el autor era la de la ausencia de sentido (no la nada metafísica), la de la ausencia de fundamento que se experimenta como abismo. Aquellos que niegan que la vida tenga valor propio e intrínseco (como puede ocurrir en el budismo) o bien, que dicho valor viene de fuera (como ocurre en el cristianismo). No estoy muy de acuerdo, pues el cristianismo vivido sin la culpabilidad inquisitorial impregna de valores a la vida desde un valor fundamental trascendente que es Dios y que para mi es símbolo de la duda misteriosa, de la esperanza, de la perfección ético-estética, de la auténtica realidad en sí e imán generador de voluntades.
Baudelaire, Schopenhauer o Baroja no superaron este nihilismo, lo vivieron como pesimismo. La receta de Nietzsche para suplir esa falta de Dios es que nosotros mismos nos convirtamos en dioses (superhombre), así solo nuestra deificación da sentido al deicidio. Esta es la ridícula postura que alumbra las peregrinas ideas de la psicología de la autoayuda: si quieres, puedes, o, lo que no te mata, te hace más fuerte.
Al final, el hombre se da de bruces con la impotencia de no ser omnipotente. El sabio, que ya lo anticipó, se refugia en manos del destino, del Tao, al calorcillo de la resignación tranquila y deja de luchar para alcanzar a saltos la Luna que tanto necesitaba Caligula.
Entre sorbo y sorbo del café, escribo en mi libreta marrón sobre el nihilismo, que sólo es una aparente pérdida de fe en los valores que daban sentido. En el nihilista los valores no se destruyen, sólo se cambian por otros, pero no es capaz de percatarse de ello. Sólo el hastiado, la persona sin voluntad, conoce la nada nihilista. Como Bartleby: preferiría no hacerlo. ¿Prefieres hacer otra cosa? Preferiría no hacerlo, ad nauseaum.
El supuesto nihilista es un hombre desesperado por lo que es, pero con una fe sutil en lo que debe ser, y eso lo vive como ausencia, como vacío, como sí le faltara algo. No sabe lo que quiere, pero sí sabe lo que no quiere. No sabe apreciar los valores pero sí los anti valores. Por tanto, sí es capaz de apreciar, al menos, la mitad del sentido.
Es fácil realizar el trayecto que va de un idealismo sin realidad a un realismo sin ideales. La causa del nihilismo fue el idealismo, la forma pura de la concepción del mundo híper racionalista. No hay humanidad sin descontento, pero este no puede ser absoluto. La existencia nos regala cierta aceptación e ilusión para el acá, así como también una mínima esperanza para el más allá de la frontera del cementerio. Ni una ni otra son voluntarias, sólo nos vienen. Conviene no rechazarlas con sofismas.
SARTRE
Detecto a los malos lectores. Son los que se toman la lectura como algo heroico. No me cuesta abandonar los libros, pero les doy varias oportunidades. He encontrado libros que me han aburrido, los he dejado durante meses y al final he vuelto a ellos. Uno no siempre es el mismo. No me empecino con un libro hasta acabarlo cueste lo que cueste. Pero me conozco y sé que lo que no me convence hoy podría convencerme mañana. Otra cosa son aquellos libros que sabes que nunca los vas a terminar. Esos los arrojo sin miramientos a la basura. Yo no sufro leyendo, al igual que no sufro tratando de acabar una sinfonía de Haydn. Ahora tendré empezados unos cincuenta libros que sé que terminaré. Algunos dejo de leerlos por higiene mental, por aquello de que no me influyan demasiado: es el caso de Cioran o de Pessoa. Pequeños sorbos, nada más. No quiero indigestarme con un pesimismo nostálgico o con un escepticismo creyente. Para desengrasar leo historia, generalmente de la filosofía y de las civilizaciones arcaicas como Sumeria, la antigua Grecia, algo de Egipto. Alterno también con libros sagrados como el Tao o los sapienciales de la Biblia.
Mientras me preparaba la comida, pensaba que con el hombre la nada vino al mundo. Respondo así a una pregunta de Sartre sobré quién fue primero: la nada o el hombre. Hija de la civilización, del ocio y del acomodamiento. Una nada amenazante y que nos avisa a partir de la única manera que puede hacerlo: con el hastío. Y este hijo ilegítimo, hecho a la medida del hombre y con su pertinaz colaboración, como un diablillo destructor que te aprieta y no te ahoga, se ha convertido en un compañero plomizo que viene a visitarme de cuando en cuando y sin avisar, al que debo mis largas miradas al horizonte. Ayer me preguntó: ¿qué haces? Yo le respondí: nada. Así me gusta, sentenció.
El hastío se sentó conmigo a la entrada de la cabaña y, juntos, miramos al horizonte. Entre nosotros no había nada mejor que hacer. Al rato, mientras el horizonte y la nada deambulaban por mi mente, escuché el ruido de pisadas sobre la nieve. Era mi voluntad. La reconocí porque no tenía ojos. Sin embargo, su paso era firme, decidido, muy seguro de sí mismo. Se me acercó, mientras de reojo comprobaba que el hastío se alejaba atemorizado.
- ¿Deseas algo? -me preguntó.
- Vaya una preguntita: tú sabrás.
- Jejeje... En realidad, con esa postura cínica y resignada, creo que te gustaría saber dónde queda tu libre albedrío.
- Oye, pues ahora que lo dices... Me están entrando unas ganas terribles de saberlo-dije bostezando.
- Soy caprichosa, ¿eh? Pero, bueno, te lo explicaré. El libre albedrío es un trabajo en equipo. Sólo puedo conseguirlo con ayuda de tu imaginación, a la que hago imaginar futuribles a tu alcance por doquier.
- Así es -dijo mi imaginación guiñándome un ojo, mientras yo la miraba sorprendido por su súbita aparición.
- ¡¿Tú, qué haces aquí?!
- Siempre estoy por aquí, a tu alrededor, revoloteando. En realidad, tu voluntad no existe, es una creación mía. Todo tu mundo es una creación mía.
Mi imaginación y mi voluntad dejaron de hablar conmigo y se enzarzaron en una acalorada discusión. Cada una de ellas afirmaba ser la diosa más importante y citaban a supuestas autoridades. La voluntad hablaba de Schopenhauer y la imaginación lo hacía sobre Fichte o Kant.
En realidad, pensé, ¿qué más da? Es posible que sea la imaginación la creadora del mundo. Quizás sea la voluntad la auténtica cosa en sí. O la materia, aunque esta no pase la prueba de la navaja de Ockham y no soporte la soledad, pues siempre necesitará de un proceso emergente adicional. También pudiera ser lo que decía Berkeley, que sea Dios quien pone una película o video juego en nuestra mente. ¿Qué más da? Al final, lo único importante son los efectos que estos dioses producen, es decir, la conciencia.
Aburrido, me fui a dar un paseo. Al momento, me encontré con el hastío que estaba escondido tras un árbol y, juntos, nos sentamos a mirar el horizonte. Y así permanecimos durante un rato, al borde de la inconsciencia, de la Nada, posiblemente, el auténtico Edén.
Comencé respondiendo a Sartre. Termino respondiendo lo contrario. Hágase tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo.
KENNY BURRELL
Entraba por la puerta del Pans & Company de Callao pensando que todo conocimiento es inconsistente aunque no todo el mundo pueda afirmarlo categóricamente. No había cola en ese momento. Pedía un bocadillo de tortilla con pimientos. El empleado seguía mirando hacia las teclas del ordenador, no me hacía caso, pero anotaba algo, se le veía nervioso. Perdone, es que está aprendiendo, me decía la encargada. Me hago cargo de la situación de la estresada criatura, le respondía. Me sentaba a una mesa al lado de la puerta de entrada. Error fatal. Cada vez que entraba o salía alguien una bocanada de aire hacia volar mis servilletas de papel. Me comía el bocadillo mientras observaba a cuatro hombres de aspecto árabe que bien podrían ser de Al Qaeda. Hablaban como los rusos, es decir, como si se estuvieran insultando o preparando un atentado. Terminaba de comer y me limpiaba las manos con la chaqueta, no me quedaban servilletas. Se me acercaba un mendigo. Me miraba y pasaba de largo. Debo tener cara de no dar limosnas. Me pasa a menudo, lo que es una suerte en ciudades como Madrid, donde te piden limosna cada cincuenta metros. Cada veinticinco te dan un folleto publicitario y en el intervalo libre te asaltan comerciales ofreciéndote cualquier cosa. Normalmente los evito poniéndome el móvil en la oreja y haciendo como que hablo. Con este gesto, te dejan en paz a cambio de un principio de tortícolis y dolor en el brazo. Por fin conseguía llegar a la Fnac ya libre de moscas a mi alrededor. Entraba en el templo sagrado donde aún no había visto su altar principal. Subía por las escaleras mecánicas bastante feas y que parecen ajenas al templo y pensaba que una convicción se convierte en certeza cuando otro también cree en ella. Por eso desaconsejo estar mucho tiempo con personas que no suelan dudar de la realidad. Mientras buscaba el último libro de Vila-Matas, "Kassel no invita a la lógica", llegaba a la sección de libros de bolsillo y encontraba dos del mismo autor que todavía me quedaban por leer: "Historia abreviada de la literatura portátil" y "CHET BAKER no se qué". Me los cogía. Era inevitable, venir a por un libro y llevarme tres, cuatro o cinco. Me acordaba del libro de Knut Hamsum, Pan, donde su solitario personaje, que vive en una cabaña, decía que solo servía ya para hacer solitarios, y la mayoría de los que le salían era porque hacia trampas. ¿De verdad se hace usted trampas a sí mismo?, le preguntaban. ¡Qué remedio!, respondía. Yo seguía buscando el Kassel y comenzaba a oír una maravillosa melodía de jazz en un rincón de la cuarta planta. Me acercaba y veía sobre una mesa un equipo de música antiguo donde giraba un vinilo long play de Kenny Burrell. Al rincón solo le faltaba un sillón de lectura. Si así hubiera sido me habría sentado inevitablemente para quedarme a vivir allí. Enciclopedias y libros de jazz, novelas de Murakami, de Jose Luis Alvite y sus almas del nueve largo de su Savoy, poesía de Leopoldo María Panero... De vez en cuando levantaría la vista y observaría a la gente. Les haría comentarios misteriosos para aumentar su perplejidad y, por tanto, su alegría de vivir y volvería a mi sillón o bajaría a la planta baja donde hay un rincón especializado en cafés. En fin.
Salgo del saco. Conecto el iPad. Abro el Spotify. Artista principal: Kenny Burrell. Orden aleatorio. Me vuelvo a meter en el saco y dormito recordando mi paseo por el edénico rincón de la Fnac. La música me envuelve. Mientras tanto, fuera de la cabaña, sigue nevando.
MACHADO
Creo que todo lo que no sea escribir una genealogía de nuestros fracasos, insuficiencias y desengaños suena a hipocresía y a manual de autoayuda.
Recuerdo una viñeta de El Roto que dice:
- He decidido ser yo mismo.
- Espera a conocerte por sí acaso.
La poesía de Antonio Machado me ha acompañado durante las últimas semanas:
"Así voy yo, borracho y melancólico,
guitarrista lunático, poeta,
y pobre hombre en sueños,
siempre buscando a Dios entre la niebla"
He estado a punto de abandonar la cabaña. Ayer, al levantarme, miré por la ventana y solo vi un decorado frío y vacío a mi alrededor. Las emociones se distinguen de los pensamientos en el dolor físico que causan. Cuando el corazón se encoge produce dolor y fue en ese momento cuando sentí todo un sinsentido a mi alrededor, un vacío externo pero también interno, como si la respuesta somática fuera un calco de la realidad exterior. Los órganos encogen y el vacío se siente en las entrañas. ¿A quién le importaba mi vida? Ni siquiera a mi mismo.
"Recuerdo que una tarde de soledad y hastío (...)
Oh mundo sin encanto, sentimental inopia
que borra el misterioso azogue del cristal
oh el alma sin amores que el universo copia
con un irremediable bostezo universal."
Dos horas después, cuando ya había metido todo dentro de la mochila y había ordenado la cabaña, dejando solo lo necesario, y cuando me disponía a descender, comencé a pensar en mi nuevo destino. Quería dirigirme a la ciudad, deambular por las calles, hablar con los camareros, observar a la gente. Me imaginé a mi mismo sentado en un café y contemplando el circo, aburrido.
"El alma del poeta
se orienta hacia el misterio.
Sólo el poeta puede
mirar lo que esta lejos
dentro del alma, un turbio
y mago Sol envuelto"
De pronto, me vi recordando mi estancia en esta cabaña. En mi imaginación apareció un sentimiento melancólico. Estaba echando de menos mi cabaña, mi lago, mis árboles, mis rocas, y lo que es más importante mi cercanía al misterio. Allá abajo, en los cafés, en las calles, dentro de la cháchara utilitaria no había misterio, no había ni preguntas. Todo era una sucesión de acciones indefinida, una cadena circular de voluntades penúltimas. La cordura terrible de los idiotas. ¿A dónde iba?
"Ay del noble peregrino
que se para a meditar
después del largo camino
en el horror del llegar"
Creo que en cualquier momento abandonaré la cabaña. Soy demasiado voluble, mi estado de conciencia varía mucho, es demasiado inconstante para estabilizar mi visión del mundo. Cualquier día me iré y querré volver al instante siguiente. O no. A lo mejor tampoco seré constante en mi inconstancia.
"En nuestras almas todo por misteriosa mano se gobierna."
No ha llegado el momento. Permanezco aquí, en este paraíso demoniaco. Hoy no me apetece leer ni escuchar música, solo me apetece permanecer sentado a la puerta de la cabaña y mirar al horizonte. Quizá en las montañas lejanas haya un alma mirándome y sea yo su horizonte.
"En mi soledad
he visto cosas muy claras
que no son verdad."
Byung-Chul Han
"Pues aquí, pensando y eso", dice Aberasturi en su twiter; "qué más da...", añade. No son respuestas ni comentarios a nadie. Son su tarjeta de presentación.
El paisaje que aparece ahora delante de la cabaña es lunar. Por motivos que desconozco el agua del lago que permanecía en estado líquido debajo de la capa de hielo se ha esfumado, y la costra de nieve que la cubría se ha venido abajo y ahora recubre el lecho afeando bastante el paisaje y dándole un aspecto lunático muy adecuado a ermitaños alucinados.
Durante los últimos días la temperatura ha mejorado bastante. He podido tomar el sol como un lagarto solitario y leer tranquilamente sentado sobre las rocas. La fauna del lugar comienza a despertar del letargo invernal y van apareciendo los primeros insectos voladores en su caótica búsqueda de no sé qué.
Hace tiempo que no sufro de estreñimiento. Desde que me di cuenta de que era imposible defecar absolutos alimentándome de razonamientos resecos. Viene este comentario como respuesta a la lectura somera que he realizado sobre el filósofo coreano, ahora alemán, que encabeza esto. Comparto con él la idea de que actualmente el hombre se corroe a sí mismo entregado a la búsqueda del éxito, en un recorrido narcisista hacia la nada que le agota y le aboca a la angustia. El esclavo de hoy ha optado por un extraño sometimiento, convencido de que todo se puede lograr con solo proponérselo. Libre de un dominio externo, su "superyó" lo esclaviza, el exceso de trabajo se agudiza y se convierte en autoexplotación, mucho más eficaz que la explotación por otros, pues va acompañada de un sentimiento de libertad y de poder. El hombre obediente ha sido reemplazado por el hombre eficiente y, supuestamente, espabilado, que se ve libre y se explota a sí mismo inmerso en valores que no son suyos pero que ha aceptado sin crítica alguna hasta la enfermedad.
De ahí la importancia del pensamiento crítico. Frases como "si quieres, puedes" o el "yes, we can" son muy dañinas por todo lo que encierran de ingenuidad patológica, fruto del éxito de la autoayuda perniciosa que horada y carcome los cerebros.
La única manera de vivir pasa por la actitud de Aberasturi, aceptar las limitaciones, actuar con naturalidad acuosa y saber, en todo caso, esperar. Es cierto que el estrés ayuda a realizar actividades que nunca se realizarían en un estado normal, pero uno no debe permitir que ese estado enfermizo se haga cotidiano. El "nosce te ipsum" sirve para saber que no somos dioses omnipotentes, sino humanos debiluchos, en manos del destino, el azar o lo que sea, cuyo única atributo desmedido es el deseo y la voluntad de poder.
Ahora que tengo Whatsapp, Facebook, correo electrónico y diversos instrumentos para la cháchara me aplico el pensamiento crítico y sé que la superabundancia de estímulos e informaciones puede ser una técnica de supervivencia vital en la selva -un animal salvaje debe estar atento a su alrededor para no ser devorado- pero imposibilita sumergirse en la contemplación relajada propia del hombre digno hastiado.
No sé si antes importaba el ser; no sé si al capitalismo solo le importa el tener o la apariencia. El problema surge cuando se olvida que la apariencia solo es un instrumento de supervivencia o adaptación social y hasta el propio sujeto acaba convencido de que su apariencia es su ser. No sé si puede considerarse hipócrita aquel que se ha creído su propia mentira vital, y ha sido demasiado fiel a su propia máscara.
Aceptemos que el ser ya no tiene importancia alguna porque no hay manera de aprehenderlo. Pero tampoco me parece mejor que lo único que pueda dar valor al ser sea la exhibición. Si ser es imposible y solo se puede estar, no sé por qué esa manía de exhibir lo que eres o lo que tienes.
¿Tengo, pues, que eliminar este blog? ¿Es cualquier acto de comunicación algo narcisista por sí mismo?
Estos filósofos suelen hastiarme. Con ellos es fácil caer en el nihilismo. Sólo saben criticar. El problema del pensamiento crítico es que destruye muchos falsos valores, esta es la parte positiva, pero nunca se detiene y, como la quimioterapia, destruye tanto el tejido enfermo como el sano: para la razón no hay ningún valor suficientemente fuerte. ¿Por qué? Porque ningún valor es capaz de fundamentarse sin apelar a la irracionalidad, tenga ésta la forma de creencia, fe, confianza, prejuicio o misteriosa voluntad.
GEBSER
No es por la mañana y no nieva. Esto no es manera de describir: podría estar lloviendo o luciendo el sol; podría ser por la tarde o por la noche. La imprecisión acerca de mi vida cotidiana va en aumento. Sin embargo, podría describir muy bien las últimas líneas leídas y las últimas armonías escuchadas. Vivo en una realidad diferente. Mi cuerpo realiza solo funciones de soporte, no tiene ningún protagonismo. Voy alejándome de la conciencia mental racional y el mundo se vuelve onírico. De hecho, en mis últimos sueños aparezco hablando o escribiendo largos discursos que suenan bien, pero en los que no hay un argumento ni una intención definida.
Oigo en Radio Clásica un programa en el que están comparando dos versiones del primer movimiento de la quinta sinfonía de Beethoven. La "llamada del destino" es tratada por Von Karajan -la versión más rápida- desde el punto de vista de un hombre de acción, desde fuera, donde lo importante es la actividad objetiva, en tercera persona. La segunda versión, más lenta, más existencial si se me permite, es la de Bernstein, y en ella se experimenta esa llamada inevitable del destino desde un punto de vista interior, íntimo, subjetivo y, a mi entender, profundamente angustioso, en primera persona. Prefiero, sin duda, la segunda. En cine, en literatura, me pasa exactamente lo mismo: prefiero lo íntimo, lo lento, lo subjetivo, lo paladeable. Lejos quedó la actividad frenética a ritmo de House. El programa incluía opiniones de los oyentes. Ahí empezó mi preocupación: la mayoría se decantó por la versión rápida esgrimiendo una absurda razón tautológica: era más rápida. Y yo me pregunto, ¿es la rapidez en música un hecho estético valorable en sí mismo? ¿Los allegros son más bellos que los adagios? En todo caso, se podrá hablar de armonía entre el tempo y lo que la música evoca, apreciando si hay o no incoherencias, que no es el caso. Imagino que muchos de los oyentes -es lunes a la hora de salida de algunos trabajos- todavía se hallan bajo los efectos de la adrenalina imprescindible para soportar su castigo laboral diario. Son los mismos que van rápido a todas partes intentando ganar tiempo para luego perderlo. Si quiero conocer a alguien no le suelo preguntar en qué trabaja, sino a qué dedica su ocio: creo que es el mejor retrato, siempre que sean sinceros.
La caída, la profundización de la conciencia, el comienzo del reinado de la racionalidad, comenzó con los griegos, una civilización que siempre me ha interesado mucho, pero que también veo como la iniciadora del infierno. Allí, en el siglo VI antes de Cristo comenzó la Caída propiamente dicha que, alegóricamente, presentan muchas escrituras sagradas en forma de pecado de soberbia. Las victorias de Maraton, Salamina y Platea, incluida la derrota en el desfiladero de las Termópilas, dieron la victoria a Occidente y este se ha impuesto hasta nuestros días convirtiéndose en la cultura imitada. Los chinos nos invaden, sí, pero copiándonos, es decir, los hemos invadido nosotros. ¿Acaso son Pekín, Singapur o Shanghai ciudades orientales? Los chinos nos invaden a través de nuestra propia cultura y valores.
Creo que la lucidez es la percepción del desorden. A veces pienso en ella como un extra pernicioso, algo que nos sobra, en comparación con la armónica conciencia animal; pero también puedo verla como un estadio temprano, todavía defectuoso, que terminará conduciéndonos a la Lucidez, en mayúscula, que ya no nos engañará, donde el velo de Maya será por fin eliminado.
En un caso u otro, con la profundización de la conciencia el mundo dejó de ser una nebulosa misteriosa donde lo religioso, lo onírico, lo imaginario, lo mítico, convivían sin una clara separación. Apareció la conciencia y su foco analítico, estrecho y disolvente terminó mostrándonos, con una presunta y presuntuosa nitidez que ocultaba su carácter defectuoso, nuestra pertenencia a un mundo fundamentalmente espacial y temporal, que separaba al yo del no-yo. Un mundo que había que llenar a base de algo, de materia. El hombre racional, que preguntaba y se respondía, que comprobaba que su razón funcionaba en términos utilitarios penúltimos -no así en las cuestiones últimas- se preguntó por el sentido. Como no lo encontraba creó el Absurdo y la Nada, conceptos ambos inefables que él creía entender mejor que el concepto Dios, igual de inefable y misterioso, pero mucho más esperanzado, aunque contaminado por el manoseo de las iglesias.
Recuerdo la lectura de Origen y Presente, de Jean Gebser. Su tesis, inicialmente, me pareció algo precipitada y optimista, pues él pensaba que estamos a las puertas de una nueva mutación de la conciencia, la integral, en la que volveremos a alcanzar la unidad perdida. Pero el libro dejó un poso muy valioso y le tengo mucho cariño. Yo desconfío de los edenes en este lado de la vida, pero tampoco puedo descartarlos. De hecho, creo que mi curiosidad es una muestra de que continúo buscando el Santo Grial por estos lares y que algo se oculta tras determinadas manifestaciones artísticas, fundamentalmente musicales, que yo llamo "destellos divinos", residuos de la Verdad velada.
PANERO
Llevo muchos meses de soledad en esta cabaña. Mi realidad es puramente libresca y musical. Desconozco lo que es el estrés, los nervios, la hipocresía, la mentira, el amor. Conozco perfectamente la soledad, el frío, el absurdo, el hastío. No sé casi lo que es actuar. No llevo máscara, excepto cuando escribo, pues siempre pienso que alguien podrá leerlo e intento amoldarme a sus gustos, que en realidad son una visión amable o exagerada de los míos. Mis tareas se centran en tener limpia la cabaña, mi escasa ropa y preparar algo de comida. A partir de las huellas que quedan en la nieve descifro a mis visitantes diariamente. Me visitan animales y bastantes más hombres de los que yo hubiera creído en un primer momento. Casi todos se acercan a la ventana y miran al interior; una cortinilla impide mirar adentro; imagino que para ellos el habitante de esta cabaña será un enigma. Con alguno he cruzado alguna conversación intrascendente porque me niego a contestar a sus preguntas.
Avalancha de artículos acerca de la muerte de Leopoldo María Panero. Entre ellos, uno muy injusto, porque le he oído decir otras veces lo contrario, de Dragó que descalifica al personaje y a su obra.
De Panero solo he leído su libro "Agujero llamado nevermore", y también su biografía "Los contornos del abismo", pero siempre ha estado en mi vida a través de fragmentos de sus poemas, vídeos y entrevistas. Hay un pasaje en Poesía, de Houellebecq, muy acertado, que dice:
"A partir de un determinado nivel de conciencia, se produce el grito (...)
Todo sufrimiento es bueno, (...) útil, (...) da sus frutos, (...) es un universo (...)
La vida es una serie de test de destrucción (...)
La felicidad no es para vosotros (...) si podéis atrapar alguno de sus sucedáneos, hacédlo (...) no durará (...)
Habrá que descartar la estancia prolongada en un hospital psiquiátrico: demasiado destructiva. No se utilizará más que como último recurso, como alternativa a la mendicidad (...)
El poeta es un parásito sagrado."
Panero fue un profesional de la locura hasta que, como ocurre en muchos profesionales, se pegó tanto a su máscara que esta se adhirió a su piel y se confundió con ella, como evolución lógica y trágica de un pensamiento viciado por una cínica sinceridad que solo era capaz de valorar lo podrido. La locura del hombre que no tenía amigos:
"Fetidez del dolor
Mal olor de las lágrimas
Espanto de existir
A solas con la nada"
El resto de un algo intenta vaciarse y maldice a su padre por su ausencia, para provocarle y suplicarle un gesto. El padre permanece mudo. Mientras tanto, el loco siente que su padre le observa y le vigila, sus destellos son evidentes pero indescifrables. El resto de un algo intenta hablarle y recrea sus emociones vomitando su sentimiento a partir de palabras potentes, como muerte, dolor, abismo o infierno. El padre calla, o al menos, el resto de algo cree que es así. Toda su derrota consiste en no haber podido llamar su atención. Quiere la nada como desprecio al padre, aguantando la nausea, y despreciando todo lo que huela a él. Piensa que su dignidad divina no merece la nada y se revuelve. Él se siente todo y lo quiere todo. Todo lo demás es amargo.
Panero nunca sintió la esperanza: era demasiado impaciente.
Escribir también puede ser algo terapéutico. Este diario, sin ir más lejos, está escrito para mí mismo. Me sirve para fijar ideas útiles, razonar de manera nihilista ante las que me confunden, mantener siempre fresca la irremediable necesidad de fe e intuición, de reconocer que en la mayoría de las ocasiones ponemos nuestra confianza, nuestra fe, solo en lo que intuimos, y de saber que en la mayoría de las ocasiones poco se puede hacer, salvo saber esperar. Recuerdo a Murakami y a sus personajes: todos ellos saben esperar; son sabios que saben cómo y cuándo hay que esperar.
Este diario me ayudará a recordar que, cuando por causas que desconozco, me pongo a leer ficción, suelo terminar hastiado. Esta vez me ha ocurrido con Bolaño. Comencé a leer Los Detectives Salvajes, obra ensalzada por Vila-Matas, y tuve que dejarlo. Más tarde, me dediqué a leer alguno de sus cuentos. Tuve la mala suerte de leer los mejores al principio, lo que me llevó a continuar por otros bastante peores y, al final, aburrido y hastiado, desistí. Si hubiera leído los peores al principio no habría perdido tanto el tiempo. He eliminado a Bolaño de mi biblioteca. Lo que tenía que decir lo dijo en muy pocas líneas. Es importante desechar libros y así, poder seguir buscando. Aún mantengo la ilusión de encontrar un nuevo autor de esos que marcan, como me ha ocurrido con Platón, Hesse, Nietzsche, Papini, Unamuno, Schopenhauer, Cioran, Murakami, Vila-Matas o Houellebecq.
TÁNTALO, PEREC Y CAGE EN "_____________"
Sí uno lee ensayo, como es mi caso, encontrará demasiado frecuente el uso del "no es sino" en lugar del simple "es". Por ejemplo, "el hombre no es sino el creador del absurdo". Si le ha parecido más poético que decir "el hombre es el creador del absurdo" es que ha caído en la trampa de la retórica, que tiende a alargar las frases para agrandar un espacio ya de por sí vacío.
- ¿Quiere usted una nada?
- Si, pero bien grande.
- No hay problema. No soy sino un constructor de vanidades.
- Ya empezamos con el posmodernismo.
- No debe ser usted sino un creyente fanático.
- Solo creo en El Eclesiastés.
- ¡Cuanto le pongo!
- ¿Por qué esa manía de negar dos veces?
- Es la única manera de poder creer en algo: no negar sino el nihilismo, que no es sino la esencia del cinismo.
- No debo sino agradecérselo.
- De nada.
Y quien quiere ser Nadie escribe: Mi madre siempre me decía: "Tu acabarás como Sinuhé: sentado sólo a la orilla del río". Por eso siempre he pensado en construirme una celda idéntica a las celdas de Carabanchel en las cuales viví años memorables. Y eran nada. Imagínate: diez metros cuadrados, un catre, un lavabo, una mesita, una ventana con barrotes... Quitaría los barrotes y ya está. No hace falta nada más".
Tender a la nada en cuanto a necesidades pero manteniendo y cultivando solo una: la curiosidad. Aquí no tengo ni lavabo. Tampoco barrotes, pero el terrible frío me obliga a quedarme dentro que es lo que realmente me gusta. El suplicio de Tántalo se atenúa, pero nunca desaparece.
- Hace frío en esta cabaña.
- Si, el absurdo se manifiesta demasiado a menudo.
- Solo por oposición a lo lógico, a lo explicable.
- Y también por la soledad. La realidad se desfigura y por las grietas entra el frío.
- Quien siente el absurdo, o confió demasiado en su razón, o quizás se sienta solo.
Si desaparecen el sentido y el querer aparece un agujero negro del hastío, del cual sólo se sale misteriosamente, esperando y esperando, el milagro de un picor ausente. Mientras tanto, no hay gravedad, uno cae con aceleración constante. Cuando el suelo contrarreste la gravedad, surgirá la resistencia, el deseo, la realidad, el dolor.
Hay quien solo es capaz de sentir la ausencia. Pero la ausencia es una nada rodeada de presencias. El sentimiento de ausencia es un acto de fe indirecto, como una adoración en negativo. La pregunta es: ¿siempre que echamos de menos algo es porque ese algo merece la pena? No parece cierto en el caso de la soledad. ¿Será igual el Edén? Si lo escribo con mayúscula es que creo que la respuesta es no.
Georges Perec murió a mi edad y escribió "Un hombre que duerme" el año en que yo nací, desaprovechando una gran idea: la historia de un joven estudiante que decide no ir a examinarse, no hablar, no ver a sus amigos, no hacer nada más que dedicarse a nada. El resultado es la nada novelada:
“No has aprendido nada, salvo que la soledad no enseña nada, que la indiferencia no enseña nada: era un engaño, una ilusión fascinante y con trampa. Estabas solo y ahí estaba todo y querías protegerte; que entre el mundo y tú los puentes se suprimieran para siempre. Pero eres tan poca cosa y el mundo es una palabra tan grande: no has hecho sino errar en una gran ciudad, bordear fachadas durante kilómetros, escaparates, parques y muelles.
La indiferencia es inútil. Puedes querer o no querer, ¡qué más da! Jugar o no jugar una partida de pinball, alguien, de todas formas, introducirá una moneda de veinte céntimos en la ranura de la máquina. Creerás que comiendo cada día lo mismo realizas un gesto decisivo. Pero tu rechazo es inútil. Tu neutralidad no quiere decir nada. Tu inercia es tan vana como tu cólera.
Crees pasar, indiferente, caminar a lo largo de las avenidas, ir a la deriva por la ciudad, seguir el camino de las masas, percibir el juego de las sombras y de las grietas. Pero no ha ocurrido nada: ningún milagro, ninguna explosión.”
Cuenta Vila-Matas que le vio de muy joven en Paris en una librería. Estaba profundamente impresionado de estar tan cerca de él y se dedicó a espiarle con suma atención, hasta que tenía su propia cara a un palmo de su perilla. Perec reaccionó y le dijo en voz muy alta: ‘El mundo es grande, joven'.
Aprovecho que se me ha acabado la batería del IPad y escucho, nuevamente, "4,33" de John Cage en su versión larga. Nada me inspira tanto como el silencio. Pero esa inspiración, revelada, acaba siempre por romperlo.
UN PERIÓDICO
Mis pensamientos suenan extraños. Esta voz interior no es la mía. No tengo ganas de leer ni de escuchar música. Sólo quiero permanecer dentro de mi cálido saco de dormir y recordar un artículo que leí ayer en un periódico que decía que quizás la siesta sea mala, pero no hay que fiarse de los hombres que duermen cuatro horas y les falta tiempo para todo.
Hice mal en leer un periódico ayer. Un rápido vistazo a lo que se cuece allá abajo, en las planicies, sólo es compensado con frases como la de Félix Ovejero cuando, hablando del romántico espíritu nacionalista catalán, afirma que, claro que los sentimientos son susceptibles de ser tenidos en cuenta, pero que yo me sienta Napoleón no obliga a los franceses a cuadrarse a mi paso. Lo bonito del debate catalán es el recuento de las falacias que utilizan. He descubierto sofismas de todo tipo. Muy entretenido. Y la conclusión que saco es que los hiperactivos son muy peligrosos, se pasan el día intentando salir del embrollo en el que constantemente se meten. Los políticos lo son, si no lo fueran no llegarían a alcanzar el poder. Y esto ha sido así siempre, que se lo digan a Platón en Siracusa.
Me duele la cabeza y la lectura del periódico me ha recordado mi vida social, esa que me chupaba las energías. Lo que más me molestaba era el exceso y la obligatoriedad de interacciones positivas en algunos ambientes. Obligado reírse, estar contento, no ser un aburrido, escuchar chistes, anécdotas falsas llenas de arrogancia. Los tímidos tenemos una capacidad muy alta de empatía, por eso somos conscientes de la falsedad, de la vergüenza ajena y del descaro, medimos demasiado nuestro comportamiento y eso nos desgasta. Huimos para cargar nuestras reservas de energía que sólo nos gusta gastar en nuestro mundo interior a través de la curiosidad o la creatividad.
No sé si ducharme, a ver si se me quita el dolor de cabeza. Mi ducha consiste en un barreño con agua caliente y jabonosa, y pasarme una esponja por todo el cuerpo. Pongo una toalla debajo de los pies para no mojar el suelo y ya está. Una ducha completa con menos de dos o tres litros de agua.
El periódico. Me viene a la mente la imagen de Kaurismaki fumando un cigarrillo electrónico y pienso en sus películas: el fumar suele ser el sustituto de la conversación ausente. No me imagino a sus personajes sin un cigarrillo.
Mis obsesiones me manejan y yo intento controlarlas escribiendo acerca y a través de ellas. Solamente un adecuado equilibrio en mis obsesiones me da la templanza. Para poder estar sólo es necesario que recuerde continuamente lo mal que lo pasaba en sociedad, que ya no busco adrenalina, que mi época anfetaminica ya pasó, me hacían hiperactivo y bajo sus efectos mezclados con el alcohol me creía mucho mejor que Harry Haller bailando jazz en el Katmandú.
Vila-Matas defendiendo el arte contemporáneo del que ha formado parte como obra en sí recientemente en un restaurante chino. Dice que "hay un resentimiento, odio sucio a los que alguna vez tratan de jugársela buscando hacer algo nuevo o al menos diferente; se ocultó siempre una inquina enfermiza hacia los que son conscientes de que, como artistas, se hallan en una posición privilegiada para fracasar donde los demás no se atreverían a hacerlo". Pero, ¿qué sería del fracaso si los que te juzgan, incluida la voz interior de la perfección, el superyó, se encuentra mirando para otro lado, indiferente? Gracias a mi opinión y a otras muchas, espero, tienen la oportunidad y el derecho -para mí obligación- de sentirse fracasados.
La lectura de un periódico me ha dejado agotado. El dolor de cabeza se intensifica. Seguiré en mi saco. A veces es conveniente disfrutar de la literalidad.
DARRELL STANDING
No me fío de Vila-Matas. Él mismo ha reconocido que muchas de sus citas son falsas, se las inventa. Dice que Godard solía interrumpir a sus compañeros de tertulia espetando "al contrario" para refutar la última afirmación escuchada. "Preferiría no hacerlo" y "al contrario" son frases poderosas, pero requieren de mucha fortaleza interior. Para decirlas de manera convincente es necesaria una actitud taoísta de humildad, paciencia y perseverancia prudente. Utilizarlas convenientemente supone un salto muy importante para aquellos que aún mantienen relaciones sociales y pretenden acabar con ellas. Prueben.
Sospecho también de los estoicos, aquellos que creen que, al ser nuestra aprehensión del mundo algo subjetivo, interno, es por ello algo que se puede dominar a voluntad. ¡Al contrario! Me contradice claramente, no Godard, sino la lectura de la novela de Jack London "El vagabundo de las estrellas" donde un hombre extraordinario llamado Darrell Standing, preso en San Quintín, es torturado durante cinco cortos años -lo de "cortos" es adrede-. Dotado de un control mental excepcional, adquiere la habilidad -tras la debilidad precedente en que le dejan los sufrimientos soportados- para refugiarse en su espíritu y abandonar su cuerpo. Un estoicismo perfecto que solo puede ser espiritual: “Me basta con ver aquellas demostraciones de voluntad y espíritu para concluir, como suelo hacer a menudo, que es precisamente ahí donde reside la realidad. Tan sólo el espíritu es real. La carne es algo fantasmagórico y espectral. Explíqueme cómo, repito, cómo puede la materia o la carne en cualquiera de sus formas jugar al ajedrez sobre un tablero imaginario, con piezas imaginarias, a través de un vacío de trece celdas, utilizando como único medio de comunicación unos sencillos golpes de nudillos (...) Sí, les puse en su sitio, les llamé sapos despreciables, sanguijuelas del infierno, babosas repugnantes. Yo estaba por encima de ellos, más allá de ellos. Eran esclavos, y yo era un espíritu libre. Era sólo mi cuerpo el que estaba encerrado; yo no estaba encerrado. Había logrado dominar mi cuerpo, y el tiempo, en su espacio infinito, era mío para vagar por él mientras mi cuerpo, que ni siquiera sufría, yacía dentro de la camisa de fuerza.” Otro libro que va a mi archivo de los de cabecera...
... Al igual que sucede con Ortodoxia. Chesterton es brillante en la frase paradójica, cuando la utiliza para aumentar el escepticismo sobre las ideas y creencias que pretende destruir. No funciona igual en la construcción de sus propias convicciones. Confieso que no he entendido la idea central del libro, una defensa del cristianismo, pues creo que criticar a los críticos del cristianismo no prueba la verdad de este último. Pero lo interesante no está en lo que pretende "demostrar", sino en el rosario de pensamientos excepcionales que pueden leerse:
“soy un racionalista. Me gusta tener alguna justificación intelectual para mis intuiciones”.
“La verdadera dificultad con este mundo nuestro, no es que sea un mundo irrazonable ni que sea un mundo razonable. La dificultad más común, es que es aproximadamente razonable; pero no del todo. La vida no es ilógica; pero es una trampa para los lógicos”.
“Pero el agnóstico ordinario ha reunido hechos falsos. Es incrédulo por una multitud de razones; pero sus razones no son verdaderas”.
“descubrí luego que si bien mis verdades eran verdades, mis verdades no eran mías. Me hallé en la ridícula situación de creer que me sostenía sólo: estando en realidad sostenido por toda la cristiandad”.
“Ni siquiera la gente mundana comprende al mundo; confía enteramente en unas cuantas máximas cínicas, que no son ni verdaderas”
“El loco no es el hombre que ha perdido la razón. Loco es el hombre que ha perdido todo, menos la razón”
“Contemplen un materialista sincero (...) Lo comprende todo; y todo parece no merecer la pena de ser comprendido”.
“la dificultad con nuestros sensatos, no es que no puedan ver la respuesta, sino que no pueden ver ni siquiera el enigma. Son como niños suficientemente estúpidos como para no notar nada paradójico”.
“la visión siempre es un hecho. La realidad es lo que con frecuencia resulta un fraude”.
“Sentí en mis huesos, primero, que este mundo no se explica a sí mismo”.
“Si queremos desarraigar crueldades inherentes o reelevar poblaciones perdidas, no podemos hacerlo con la teoría científica de que la materia precede a la mente; podemos hacerlo con la teoría sobrenatural de que la mente precede a la materia”.
“Los hombres de ciencia nos ofrecen salud, un beneficio obvio; recién después descubrimos que por salud entendían esclavitud corporal y tedio del espíritu”.
Después de la lectura de estos dos libros excepcionales vi un bulto sospechoso en mi biblioteca: un libro de Lucía Echeverría que me regaló hace tiempo alguien que me desconocía por completo -regalar libros puede ser insultante-. Después de darle una oportunidad con la lectura de unas ochenta páginas lo he lanzado a la basura -apartado de productos orgánicos malolientes-. Luego he tirado distintos desechos encima de su portada. Quizás Jodorowsky encontraría una simbología sanadora a la acción: un milagroso desequilibrio.
CIORAN
Si alguien duda de su soledad solo tiene que poner Telecinco. Escucho a Belén Esteban diciendo que su psicoterapeuta le ha confirmado que por fin ha tomado las riendas de su vida. Imagino al psicólogo entregando las riendas junto con la factura, aconsejándole que, por su salud, el tratamiento durará al menos cinco años más. Le imagino muy contento, silbando una alegre cancioncilla.
Lo único bueno de los hombres, salvo los amigos y familiares a los que quieres, está en sus obras artísticas. Todo lo demás es basura, excremento, pasatiempo, ruido, cháchara, heridas, esperpento, comedia sin gracia, tragedia efímera. A eso me dedico yo aquí, solo, en una cabaña zarandeada por el viento y por la nieve, a saborear lo mejor que han creado los hombres perplejos: su música, su poesía, sus instantes de lucidez que plasman en ensayos o aforismos que no tardan en caducar. El buen arte solo lo hacen los hombres perplejos, los que se preguntan e intentan responderse. ¿Me llena esta vida? ¿Me hace pleno? Evidentemente no. La plenitud no es de este mundo. ¿Espero alcanzarla? Si. Vivo con la certeza de que sí. La muerte responderá a mi perplejidad. Mientras tanto, colecciono obras producto de la perplejidad. Los artesanos no me interesan.
Perplejo, anoto algunos de los argumentos racionalistas que defienden la existencia de Dios. El cosmológico de Tomás de Aquino, aristotélico, que remite a la primera causa no causada, al tiempo lineal, a la preponderancia de la causalidad frente al puro azar. Observo también el argumento teleológico, que no habla de las causas sino de los efectos, y que imagina un diseño inteligente tras lo azaroso. También está Anselmo y su argumento ontológico, la existencia de la perfección por definición de lo perfecto. Veo a Kant y su argumento moral, tras su etapa crítica, con el sentido de lo justo, del bien. Y, por último, la experiencia religiosa, íntima, esotérica, gnóstica, de la que algunos místicos abusan sin notar un paso en falso, el que va de lo subjetivo a lo objetivo.
Este atajo, este paso en falso, no solo ocurre con Dios. También la Realidad es captada subjetivamente y tratada objetivamente, sin que nadie se avergüence por esta clamorosa incoherencia. Olvidan la fe, el paso imprescindible que convierte en objetivo lo subjetivo. Parafraseando a Cioran, todo conocimiento es un acto religioso.
Cioran, un nihilista creyente, una paradoja que intuye lo divino.
KAURISMAKI
Acabo de ver Luces al atardecer de Kaurismaki. Agradezco estar lejos de los hombres. Adormilado, suena Rebeca de Franz Waxman, y entreveo la niebla algodonosa que me protege del mundo frío. Mi libreta de notas, con las últimas frases tachadas. En la mesa tres libros abiertos: Juicio Universal, de Papini por la página del Coro de los derrotados, donde aparece subrayado "y, al final, el destino de Ícaro". A su lado el Tao, por el capítulo que se inicia con "si alguien desea ganar el mundo y en eso se empeña", aparece subrayada la palabra "empeña". Y por último, en el IPad apagado, debería aparecer El Monje y el Filósofo, de Revel y su hijo monje budista, donde subrayé "aquello que llamamos conciencia no es sino un testigo fantasma, impotente e inútil".
Observo la vida ahí abajo, junto a la muchedumbre, que describe Dragó: "(...) salí hace tres días del paraíso de Kampot y me vine al infierno de Pnom Penh, del que saldré mañana. Suciedad, ruido, contaminación, motocicletas, tráfico, acoso al extranjero, mendicidad, picaresca, prostitución, cemento, rascacielos, delincuencia, montañas de basura, fast food... En fin: los males de la ciudad. Y, sobre todo, gente, gente, gente. Coincidían Sartre y Camus, que fueron amigos antes de ser adversarios, en que el infierno es el prójimo. Exactamente lo contrario de lo que la moral cristiana propone."
Desconfío de los hombres, aunque sean místicos. Los místicos se empeñan en contar sus experiencias que ellos, orgullosamente, confunden con la Verdad. No sé por qué lo hacen. Si dicen que han encontrado Algo, nosotros diremos que es una ilusión mental; si no encuentran nada, diremos que no hay nada que encontrar. En todo caso, prefiero a los contemplativos. A los otros, a los místicos hiperactivos, degustadores de sensaciones extremas y, finalmente, casi siempre, encaminados hacia el lado práctico y social del cristianismo -la fraternidad mundana- los miro con recelo. ¿Por qué es tan apreciado el Sermón de la Montaña? ¿Hay algo más alejado de la naturaleza humana? ¿A quién dirigió Jesús este sermón, a los ángeles o a los hombres?
Mis destellos edénicos me orientan, tanto ética como estéticamente, pero jamás se me ocurrirá pensar y decir que esos destellos son el noúmeno, la cosa en sí, el absoluto, la Verdad. Puedo entreverlo, imaginarlo, esperarlo. Sólo digo que es un misterio atractivo, algo fenoménico, pero no por ello despreciable, pues conforma nuestra conciencia que siente. La conciencia solo es capaz de digerir los fenómenos. Ni Schopenhauer ni el budismo fueron capaces de salir del velo de maya. Para salir de él tienes que ser capaz de entrar en lo absoluto y asegurarte, no sé cómo, de que no sea un nuevo engaño. Digerir la cosa en sí no es posible, siempre sabe a fenómeno, siempre cabe la pregunta sobre lo que hay detrás. Por eso un fenómeno es un noúmeno sospechoso de falsedad. Y ninguna experiencia es capaz de eliminar la sospecha. Salvo la fe. Soy un hombre que mira con los ojos entreabiertos, sin fiarme. Al final terminas confiando el algo. ¿Por qué elegimos un algo y no otro? Esa fe, esa elección, es la que te hace salir de la sospecha permanente e insoportable que hace líquido al mundo.
TARKOVSKY
Acabo de ver por segunda vez "Sacrificio" de Tarkovsky. Llevaba unos días afligido y confuso y decidí curarme. Escribo esto entre un escalofrío, agradecido de que exista el Arte en mayúsculas. Podría hacer una valoración de la imagen, los sonidos, los símbolos que recorren la película y de sus infinitas interpretaciones. Pero no lo haré pues sería repetir y repetir lo que ya he dicho. Esta película engloba perfectamente la forma en que interpreto la vida. Verla es algo terapéutico e inspirador, consuela y anima, exactamente igual que una oración para los creyentes. Stalker, Nostalgia y Sacrificio son mi Nuevo Testamento, mis "escrituras" sagradas. A partir de ahí, la exégesis es infinita y continúa. Pero lo bueno de estas escrituras es que no admiten la interpretación literal. Como mucho, habrá alguien que diga que todo ha sido un sueño del protagonista, como suele pasar en todas las películas que interpretan la realidad de forma confusa y onírica, poco más. Los bobos quedan relegados y al margen. Se limitan a calificar la película como lenta y aburrida y la abandonan por alguna de Hollywood. ¡Huyen! Adiós.
Ayer, todo el día nevando, con una temperatura de siete grados bajo cero. Me dediqué a releer este diario desde el principio. Además de encontrar algún error, como insinuar que el arrianismo -muy posterior- es un movimiento contemporáneo de Ireneo de Lyon, o situar a Montaigne como alcalde de París en vez de Burdeos, he notado un ansia por justificar mi soledad, como si hubiera sido una decisión propia. La soledad voluntaria de Thoreau o de Montaigne es ajena a la misantropía. La mía no, porque yo no amo la soledad, yo simplemente huyo del ganado "bobino", en este apartado, el de la vida mundana, donde reinan y dominan los bobos, al contrario de lo que sucede en el campo espiritual del arte puro. No siento curiosidad por estos seres humanos. Me molestan. No entiendo sus valores, que elijan someterse a esclavitudes insufribles y se dejen cegar por la ambición, la codicia, la tontería y encima presuman. El retiro en esta cabaña junto al lago es un acto voluntario, sí, pero también forzado. Yo huyo, y una vez aquí intento disfrutar y gozar plenamente del tiempo y los placeres, en gran parte gratuitos. Y ese disfrute aumenta al contarlo por escrito, que es como hablar a un amigo íntimo. Porque mi ideal de vida sería un jardín epicúreo, de amistad comunal peripatética -solo por los paseos, pues soy platónico y detesto a Aristóteles- y ascética, cuyos placeres compartidos fueran la conversación, el arte, el pensamiento y la contemplación. Con rincones para disfrutar de ratos de soledad y meditación; pero también con momentos de alegre conversación y refuerzo de los valores comunales compartidos, la fraternidad y el apoyo mutuo. He creado mi propia comuna, pero nadie me ha seguido. Candidatos válidos había pocos, y las circunstancias oportunas no se han dado.
Nuevamente abuso del mito de Fausto hoy, Ícaro ayer. "El dios al que sirves es tu propio apetito", palabras del Fausto de Marlowe. Esto fue escrito a finales del siglo XVI. Schopenhauer lo repitió más de dos siglos después. ¿No son nuestros apetitos tan volátiles que, casi siempre, nos esclavizan caprichosamente -arrepentimiento, deber, vicio- a la manera de Yahvé en el Antiguo Testamento? Las parábolas, metáforas narradas, las alegorías, todo texto religioso es una excusa perfecta para divagar. El Fausto de hoy es un ser vacilante, ambiguo, líquido, a la deriva, sin cimientos, sin dogmas a los que agarrarse. Aparentemente con una supuesta libertad en la toma de decisiones, pues, ingenuamente, se cree al margen de cualquier adoctrinamiento previo, ideológico, religioso o político. Un espíritu excesivamente pragmático, inmerso en una obsesión utilitaria por lo absurdamente inútil y víctima de una apatía que le hace desinteresarse por todo aquello que excede lo inmediato y material.
¿Y quién o qué es Mefistófeles, además del Whatsapp, Belén Esteban, la gastronomía y sus delicatessen, el fútbol, lo pop, la moda, el turismo, el nacionalismo o los bíceps? No olvido al nuevo Mefistófeles vaticano. El anterior Papa era un extraordinario teólogo, un hombre profundo al que la política y lo cotidiano le hastiaban. Por eso abdicó. Hizo bien. El actual Papa es todo lo contrario. Es un político, con su verborrea demagógica y su hipocresía vestida de humildad, simbolizada en su solideo, su anillo de latón. La profundidad frente a la imagen. Las ideas frente al cinismo en su acepción más insultante. Lo espiritual frente a la política o la dinámica de la asignación del poder terrenal.
ELAINE PAGELS y WITTGENSTEIN
Leo el blog de Dragó, un viajero empedernido que ha escrito que ya no tiene ningún sitio al que viajar. El turismo lo ha uniformado todo. Ahora se siente acorralado, con claustrofobia y a las puertas del único viaje verdadero: morirse. Leer estas cosas me produce un efecto beneficioso porque me reafirma en mi decisión de haberme retirado del ruido en esta cabaña. Aunque me quedan unos meses. Cuando llegue el verano tendré que regresar a la superficie y abandonar este santuario que he erigido al misterio, pues estos lares se poblarán de montañeros turistas hiperactivos, de estos que coleccionan ascensiones a picos y por las noches se emborrachan y hablan como si estuviesen en un garito de moda.
Ayer, mientras paseaba por la nieve, me encontré con una montañera que ascendía sonriente. Me preguntó amablemente si conocía la zona. Por razones que no interesan, comencé a contarle que vivía en una cabaña desde hacía cinco meses y que me dedicaba a escuchar música clásica y a leer libros relacionados con el pensamiento, la religión, la poesía y alguna que otra novela, siempre que fuera filosófica o poética. Se mostró sorprendida y me preguntó si me gustaba la música religiosa. Asentí entusiasmado confesándole que adoraba a Tomás Luis de Victoria. A lo largo de mi vida han sido muy escasas las veces que el nombre de Victoria ha salido de mi boca. No he tenido oportunidad de que nadie se interese por este compositor y, como me ha pasado tantas veces, toda su belleza la he disfrutado en soledad. Me entusiasmé porque cada vez que tengo ocasión de hablar de arte con alguien que parece capaz de entender uno quiere transmitir todo ese sentimiento y se entusiasma.
La conversación fue derivando hacia el cristianismo y su historia. Elena, así se llamaba la señora, se mostró muy entendida en estos temas y defendió las tesis que yo ya había leído en libros de Elaine Pagels, especialista en los evangelios gnósticos.
Durante un tiempo yo consideré que el de Juan era el más espiritual de los cuatro evangelios, porque en este texto Jesús no sólo era un hombre, sino una presencia misteriosa y sobrehumana. Aquello a lo que Juan se opone incluye lo que enseña el evangelio, encontrado en Nag Hammadi, de Tomás: que la luz de Dios no sólo brilla en Jesús, sino en cada uno de nosotros, al menos potencialmente. El evangelio de Tomás anima al oyente no tanto a creer en Jesús, como exige Juan, sino más bien a buscar el conocimiento de Dios a través de la propia capacidad. Para los cristianos de generaciones posteriores, el evangelio de Juan contribuyó a proporcionar el fundamento para una iglesia unificada, un fundamento que no se hallaba en el de Tomás, con su énfasis en la búsqueda personal de Dios. Tomás expresa lo que mil años más tarde llegó a ser un tema central del misticismo, que la «imagen de Dios» está escondida dentro de cada uno de nosotros, aunque la mayoría de los seres humanos sigue sin ser consciente de su presencia.
Ireneo no fue un filósofo de mentalidad teórica involucrado en un debate teológico, sino más bien un joven obligado a asumir el liderazgo de los supervivientes de un grupo de cristianos de la Galia después de una persecución violenta y sangrienta. El obispo de Lyon se percató de lo que podría ocurrir si los cristianos se dividían en muchas interpretaciones: arrianismo, gnósticos... Así, por motivos políticos, de poder, y bastante después, mediante el Credo de Nicea y Constantino se estableció el canon del Nuevo Testamento que ha llegado intacto tras más de mil seiscientos años. ¿Hubiera llegado sin esta unificación artificial? Lo dudo.
Esta es la preocupación principal de Juan: Jesús es Dios y está fuera de nosotros, nadie puede sentir lo que el sintió. Por eso este evangelio no aporta enseñanzas éticas como sí hacen los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas; no pronuncia el «sermón de la montaña», no cuenta parábolas que enseñen a cómo hay que obrar. La intención de Juan es desacreditar a Tomás, el incrédulo.
Yo creo que toda visión o toda revelación es al final subjetiva, interna. Sin ella, el movimiento cristiano nunca habría comenzado. Basta leer a San Pablo. Cómo discernir a Jesús de otro gurú si no es mediante una revelación, un convencimiento, una confianza interna, una caída del caballo camino de Damasco.
La gran mayoría de los cristianos apela a Dios sólo en casos de desesperación y espera, si no, demostraciones milagrosas, positivistas, ajenas al hecho religioso.
Entiendo perfectamente a aquéllos, desconcertados e irritados por estas afirmaciones. Admito sus quejas con toda razón. Siempre estamos con "mirad, ahí está Dios", pero nadie se convence, si es que lo hace, salvo por sí mismo. Porque lo que exige la Iglesia es lo que significan las palabras que Jesús dirige a Tomás en el propio evangelio de Juan «no seas incrédulo, sino fiel”. ¡Tremendo error esta frase tramposa que es lo contrario de lo que cualquier espíritu crítico puede soportar sin arcadas! Aunque, si nos fijamos bien, la sociedad es lo que realmente nos pide. Los heterodoxos no caemos en la trampa. Pero los hombres aborregados pertenecientes al ganado "bobino" no caen, actualmente, en la red eclesial, pero sí en la social, como demuestra la moda, el discurso de valores dominante y la estulticia reinante propagada ahora a través del whatsapp, invento por cierto diabólico, que ha logrado que los incultos que antes apenas escribían, pues soló eran capaces de balbucear algunas palabras, escriban tanto ahora y con tantas faltas de ortografía -y tan leídos por lerdos sin capacidad de discernimiento pero sí imitativa- que dentro de poco, extendiéndose cual peste bubónica, seremos incapaces de entendernos al igual que ocurrió en la Babel bíblica. Si las palabras ya son polisémicas de por sí, imaginen cómo lo serán en su forma abreviada y con faltas ortográficas.
Ese argumento del gnóstico Evangelio de Tomás me llevó a Wittgenstein, otro heterodoxo que durante una larga temporada vivió en una cabaña en Noruega. Un día se encontró con la obra de Tolstoi y se volvió cristiano. Regaló toda su herencia a poetas y artistas. Quiso hacerse monje pero al final se hizo jardinero de un monasterio, y luego maestro de escuela. Intentó convencer a los alumnos de las bondades de llevar una vida pobre, cuestión que, evidentemente, no gustó demasiado a los padres, que mandaban a los niños a la escuela como medio de escapar en un futuro de la pobreza. Wittgenstein volvió de nuevo a una vida de soledad y ascetismo. Vivió durante un tiempo en una cabaña al Oeste de Irlanda, donde siguió meditando y jugando con su solitaria heterodoxia. Pero pronto se sintió demasiado enfermo para llevar una vida tan austera y se hospedó con amigos en Inglaterra y en América. Se le diagnosticó cáncer y murió en Cambridge. Notaba algo problemático acerca de este mundo, y que su sentido no yacía dentro, sino fuera de él. Si me permiten el abuso, algo muy gödeliano. Como ya he repetido, podemos llamar Dios al sentido de la vida, esto es, al sentido del mundo. De lo que no se puede hablar, mejor callar, pero quizás sea lo único importante. Hay en verdad cosas que no se pueden poner en palabras. Se manifiestan. Son lo místico. De esto nos hablaba en su Tractatus. Lo que vemos en Dios depende quizás de lo que necesitamos ver y de lo que somos capaces de ver, porque aunque lo divino es inefable nuestro conocimiento está acotado por las palabras y las imágenes, que pueden prefabricar lo que sentimos.
ROUSSEAU
Todo parece indicarme que solo cuando estoy solo me siento sujeto, mientras que acompañado suelo sentirme objeto: "no estoy en mí más que cuando estoy solo, fuera de ahí soy juguete de cuantos me rodean". Rousseau escribió "Las ensoñaciones del paseante solitario" para él mismo. Se publicaron póstumamente. Personaje curioso, indolente ("nada tiene la vida activa que me tiente"), contemplativo pero que necesitaba algo de movimiento y de ahí su pasión por el paseo. "El tumulto del mundo me aturdía, la soledad me hastiaba, tenía sin cesar necesidad de cambiar de sitio". Sus ensoñaciones son el producto de su rechazo de lo real por el que acabará refugiándose en sí mismo: "amo demasiado mi gusto y mi independencia para ser esclavo de la vanidad"..."he nacido con un amor natural por la soledad"..."saco más provecho de los seres quiméricos que reúno a mi alrededor que de los que veo en el mundo". Para él toda escritura que pretenda comunicar algo a terceros se convierte en poco auténtica. Fue un maniaco e hipersensible que apreciaba segundas intenciones en todos los demás y que, por tanto, acabaría solo. Sentir la sociedad como algo impuro y contaminante es el inicio: "conozco mis grandes defectos... Con todo, moriré lleno de esperanza en el Dios supremo". No concebía cómo un siglo tan ilustrado como el suyo hubiera generado tanto ateísmo. De tanto creer en la realidad los ojos se deslumbran y "el corazón se encoge".
"Son los de mi retiro, son mis paseos solitarios, días fugaces y deliciosos que he pasado conmigo mismo". Cuando hay luna llena, la noche en una montaña nevada tiene una luz suficiente para caminar y contemplar el paisaje. La nieve refleja la luz y la noche es casi día. Estoy sorprendido porque esperaba que las noches fuesen aquí, a más de dos mil trescientos metros de altitud, más frías; pero debido a la inversión térmica constato que las mínimas se están produciendo en los valles mientras que en las cumbres la temperatura no suele bajar demasiado de los cero grados. Son las once y veinte de la noche. Mi termómetro marca dos grados sobre cero. Apenas hay viento. Contemplo a lo lejos algunas nubes y las cimas nevadas de las montañas próximas que contrastan con el cielo negro. A mi alrededor abundan los grises. La nieve se dibuja entre el gris oscuro de los árboles. El silencio solo lo interrumpe el crujido de la nieve bajo mis pasos. He decidido hacer una excursión nocturna. Me llevará unas tres horas. Solo llevo una pequeña linterna. No la necesito. Hay una claridad espectacular. No existen los colores. Es como una excursión en blanco y negro. Estoy completamente solo. El pueblo más cercano está a unas tres horas montaña abajo. De vez en cuando, una nube oscurece el paisaje, la noche se cierne y tengo que dejar de caminar, ante la falta de luz. Afortunadamente no hay nubes muy gruesas, y las delgadas siguen dejando pasar bastante claridad. No pasa nada. Estoy suficientemente abrigado para pasar una noche en la intemperie. Ya volveré a la cabaña cuando amanezca. Tengo un sentimiento místico. Estoy solo y ante mi se abre un oscuro cielo. Percibo muchas estrellas a pesar de la luna llena. Saco del bolsillo un puñado de nueces y me las como. Bebo un trago de vino de la bota. También tengo una petaca con anís. Quiero contemplar este curioso paisaje ligeramente ebrio.
ADRIAN LEVERKÜHN y AARRE MERIKANTO
Son las diez de la mañana de año nuevo y contemplo a través de la ventana a tres esquiadores atravesar el lago helado. Recuerdo que un amigo siempre me decía que iba a la montaña el día de año nuevo porque era el único momento en el que no había nadie y así se podía disfrutar del silencio. He rastreado por varias webcams situadas en varios puertos de montaña y el panorama no corrobora la opinión de mi amigo: aparcamientos abarrotados de coches, lo cual es coherente con este trío de snob que se han venido a practicar esquí de fondo por esta zona de la montaña, en esta mañana especialmente diseñada para dormir escuchando de fondo el concierto de año nuevo de Viena, con su música clásica pop trufado de almibarados valses y coronado, inevitablemente, con la manoseada por palmeada Marcha Radetzky.
Ayer terminé de leer DOCTOR FAUSTUS de Thomas Mann. Una novela considerada por la gran mayoría como muy difícil de leer. La novela es muy densa, por eso he simultaneado su lectura con otros libros, y solo la leía cuando me lo pedía el cuerpo, perdón, el alma. ¡Cómo no me va a gustar la historia de un músico, de un artista, de un enfermo solitario! Mann se detiene demasiado en anécdotas de la sociedad burguesa, pero son muy interesantes sus paralelismos simbólicos entre la pérdida del alma de Adrian y la de Alemania con el nazismo o las semejanzas con Nietzsche o Beethoven.
El hastío es una amenaza que solo afecta a los aburguesados; para el vulgo solo hay aburrimiento. La última vez que sentí el hastío fue hace una semana después de haber escuchado de manera continuada durante seis horas las sinfonías completas de Rautavaara. Me dice Mann
“Mal acostumbrado a lo excepcional, perdido el gusto por todo lo demás, el artista acabará por caer en la desintegración, por proponerse a sí mismo la realización de lo irrealizable. El gran problema, para un hombre genialmente dotado, consiste precisamente en evitar que, a fuerza de acostumbrarse mal, acabe por perder contacto con el mundo de lo factible.”
Yo no soy artista ni genio, como puede fácilmente apreciarse. Adrián vendió su alma para seguir elevando su arte. Los contemplativos, que nos alimentamos del arte como sucedáneo de la Verdad, tendremos que comenzar a rezar, parafraseando a Wittgenstein, divagando sobre el sentido de la vida.
“Creo con Shleirmacher, otro teólogo de Halle, que la religión representa «el sentido y el gusto de lo infinito» y que constituye «un hecho dado» en el hombre. No son pues unos principios filosóficos lo que la religión propone a la ciencia sino un hecho espiritual, internamente situado. Esto evoca la prueba ontológica de la divinidad, la que yo prefiero entre todas, que de la idea subjetiva de un ser superior deduce su existencia objetiva”...“La religiosidad, que en modo alguno considero extraña a mi corazón, es ciertamente algo distinto de la religión positiva y confesional. El «hecho dado» del «sentido del infinito» en el hombre, ¿no hubiese sido preferible abandonarlo al sentimiento de la piedad, a las bellas artes, a la libre contemplación, incluso a las ciencias exactas como la cosmología, la astronomía y la física teórica, capaces de servir este ideal con verdadera devoción religiosa hacia el secreto de la creación? ¿No hubiese sido esto preferible, en lugar de hacer de él una ciencia especial de la divinidad y levantar sobre sus bases construcciones dogmáticas cuyos adeptos están dispuestos a combatirse a sangre y fuego por una cópula”, me dice Mann.
La impotencia sincera contra la impotencia maquillada de omnipotencia, previo pago al psicólogo, al psicoanalista o al librero especializado en publicaciones del mal llamado "crecimiento personal".
Si, si, “creo que tú y yo preferimos la impotencia respetable de los que no tratan de disimular, con nobles excusas, el carácter general de la enfermedad”, me dice Mann.
Al tratar la novela de la vida de Adrián Leverkühn, un músico raro y solitario, abundan los comentarios musicales, algunos de influencia schopenhauariana:
“una música como ésta es sin duda la energía «en sí», la energía misma, pero no como idea sino como realidad. Y te invito a considerar que esto es casi la definición de Dios.”...“El alma del hombre podía ser sencilla, infantil, pero la música era para él la revelación misteriosa de las más excelsas verdades, un servicio divino, y la enseñanza de la música una función sacerdotal”.
Tenemos que agradecer a los románticos que la música cesara de ser una pura especialización, un modo de divertir, y penetrara en la esfera general del movimiento intelectual y artístico de la época, dice Mann. Y añade
“no reconocía ningún mérito cuando iba acompañado de sudor. Desde un punto de vista estético no puede elogiarse la voluntad y sí, únicamente, el don. Sólo éste es meritorio. El esfuerzo es vulgar. Sólo es distinguido y, por lo tanto, meritorio, lo que surge del instinto, involuntariamente y con facilidad”. Los que hablan de lo difícil de enfrentarse al "folio en blanco" no son artistas, son farsantes. El artista es bulímico y vomita su arte desde sus entrañas. No teme a su obra, la engendra y la da salida en un parto inevitable.
Muchos de los comentarios musicales están destinados a un público experto, y son fruto del asesoramiento de Adorno, sobre todo, y de Stravinski y Schönberg, como cuando dice
“El acorde de séptima disminuida es apropiado y altamente expresivo al principio de la opus 111. Puede decirse que corresponde al nivel técnico general de Beethoven, a la tensión entre la consonancia y la más extrema disonancia que le era posible a él realizar”...“Llega el momento en que las composiciones del artista no son más que respuestas a estas exigencias, soluciones a artificiosos problemas técnicos. El arte se convierte en crítica”.
Opino lo mismo, de ahí que yo prefiera la música de, por ejemplo, Aarre Merikanto, otro que no vendió su alma al diablo de lo popular. Oigo la sinfonía número tres de este compositor finlandés, quien se definía como un músico improvisador, intuitivo, que componía en respuesta a una necesidad interior, como los artistas puros. Fue otro fracasado. Se le conoce más por haber sido maestro de Rautavaara que por su magnífica obra de gran colorido orquestal, muy de mi gusto. Quizá empezó muy seguro de sí mismo, con un expresionismo atonal que no consiguió, lógicamente, gustar al gran público. Porque
“mientras la disonancia es expresión de todo lo elevado, noble, virtuoso, espiritual, la armonía y la tonalidad quedan reservadas a la expresión del mundo infernal y relegadas, por lo tanto, a los demonios de lo moral y de lo vulgar”,
me responde Mann. Una disonancia que no suene a disonancia es lo sublime, añado. Mann completa
“Favorecer un arte a la medida del vulgo es estimular la peor mediocridad, es un crimen contra el espíritu”.
Profundamente frustrado, Merikanto llegó a destruir parte de sus composiciones, y se refugió en brazos de la morfina y el alcohol, un diablo de una embriaguez perezosa. Después se volvió más romántico, aunque muchas de sus obras solo fueron estrenadas después de muerto.
FARTEIN VALEN
Han sido tres días sin poder salir de la cabaña. Una profunda borrasca o como dicen ahora los periodistas una ciclo-génesis explosiva centrada en las islas británicas nos ha rozado. La cabaña esta a 2.350 metros sobre el nivel del mar. La temperatura mínima de este invierno ha sido de 17 grados centígrados bajo cero. Lo que quiero decir es que aunque nos haya rozado han sido tres días de continuas nevadas y de un viento huracanado que me han impedido salir de la cabaña salvo para hacer mis necesidades fisiológicas. La mayor parte del tiempo lo he pasado dentro del saco, la estufilla no daba para más. Afortunadamente tengo la despensa repleta y he podido disfrutar muy a gusto de mi soledad. Como no tenía ganas de salir la nieve se ha ido acumulando en los paneles solares y he agotado los acumuladores, por lo que me he quedado sin batería en el ipad y absolutamente incomunicado durante más de día y medio.
Disfrutar de la soledad no es algo que uno desee constantemente. Pasa uno por distintos estados de ánimo y a veces me pregunto qué pinto yo aquí alejado de la humanidad. Como Harri Haller comienzo a echar de menos algo de actividad social, aunque en el fondo estoy añorando una actividad social que rara vez he encontrado. Uno echa de menos su idea feliz de las relaciones sociales. Rápidamente tengo que recordar que no, que esas relaciones ideales rara vez tuvieron lugar, salvo raras excepciones en las que, para ser sincero, he sido inmensamente feliz.
Escucho la "Oda a la Soledad" de Fartein Valen, un curioso compositor noruego nacido en 1887 y muerto en 1952 cuya vida fue un continuo viaje alrededor de su mundo interior, el viaje de un solitario y su relato introspectivo. Escribió una excepcional obra titulada "El Cementerio junto al mar" después de la lectura de un poema de Paul Valery. Considerado por muchos como el padre de la música atonal, de manera paralela e independiente a Arnold Schöenberg, no realizó esfuerzos por darse a conocer y se conformó con refugiarse en su granja y cuidar de sus rosas gracias a que el gobierno noruego le concedió una pensión en 1935. En Valevåg, a 40 km al norte de Haugesund, se encuentra la granja. No lejos de ella está el "Cementerio junto al mar", donde está enterrado y donde hay un monumento en su memoria.
Pienso en su vida y escucho su música. Ahora ya me siento acompañado.
FAUSTO
Continua el buen tiempo. Hoy ha amanecido con un grado, nubes altas y un sol tímido, de los que a mi me gustan. No lo tenía previsto, pero he desayunado copiosamente, me he puesto los crampones, guetres, plumas, gorro, braga y guantes y he bajado al pueblo a por provisiones. Aunque dispongo de comida básica y combustible para pasar todo el invierno en caso de emergencia, empezaba a echar de menos la fruta y la verdura fresca y, también, algo de carne y pescado. Mi despensa se compone básicamente de legumbres, frutos secos, leche y cafe en polvo, te, aceite, conservas, pan tostado, sopas deshidratadas, embutido, jamón, pasta y poco más. Agua tengo en abundancia, aunque ahora tengo que derretir nieve, simplemente cogiéndola en una palangana y metiéndola en la cabaña. Pero periódicamente tengo que ir al pueblo. Hoy, con nieve, he tardado en bajar unas dos horas. Solo he cruzado una palabras con la chica de la tienda. Cargado con ocho kilos en mi mochila han sido tres horas y media de subida. Suelo bajar una vez cada tres semanas en invierno y bastante más a menudo en verano, se trata de un paseo muy agradable.
Los paneles solares me proveen de la escasa necesidad de electricidad que tengo: cargar periódicamente el Ipad que utilizo fundamentalmente para escuchar música clásica y ver algo de cine. Afortunadamente, si no no hubiera venido, la cobertura 3G en esta zona de la montaña es suficiente.
Una vez asumido que la vida es una suma de expectativas que jamás se cumplen en su pureza, hemos de recordar que siempre nos quedará la muerte como Posibilidad y Expectativa con mayúscula. El paso a otra dimensión y su expectativa fuera del tiempo y del espacio constituye la esperanza, que en el cristianismo ha sido mitificada con formas humanas, en unos jardines paradisíacos y con la presencia de un padre bondadoso de barbas blancas. Quien se tome esto en su literalidad acusará de infantil a esta representación, sin percatarse de que el infantil e ingenuo es él, precisamente, por no saber diferenciar lo literal de lo mítico. Dios, además de ser la personificación misma de la duda, del misterio, es la palabra (Logos) que representa el valor supremo, la Bondad, la Belleza, la Explicación en toda su pureza platónica. Es la cúspide de la ontología, la ética y la estética. Por eso nuestras expectativas nunca se cumplen, se quedan siempre cortas en comparación con la potencialidad del bloque intacto divino que nuestra imaginación contempla. El arte es una manera de acercarse a la contemplación de los destellos divinos. Pero no nos llena del todo, es solo un sucedáneo para los espíritus contemplativos. Los positivistas pragmáticos hiperactivos no lo necesitan, ellos se alimentan de acción, de inconsciencia y movimiento veloz. Ese estrés les hace segregar drogas endógenas, y así van sobreviviendo, enfermos, con sus discursos vacíos y su cháchara absurda. ¿Los contemplativos tenemos que convivir con ellos? Me niego. Mientras pueda aquí estaré, solitario en mi cabaña, con Platón, Schopenhauer, Rousseau, Cioran, Papini, Debussy, Takemitsu, Rautavaara y Tarkovski. Tengo la suerte de que puedo hacerlo y no tengo que vender, como Fausto, mi alma contemplativa a los diablos positivistas, en este caso, por un plato de lentejas.
RAUTAVAARA
Mientras escucho la sinfonía número uno de Rautavaara, una banda sonora ideal para un mundo interior penumbroso, observo la claridad que me rodea, un paisaje blanco y luminoso, en esta mañana templada aquí, aunque la temperatura es de 3 grados. Rautavaara es un compositor que recrea la angustia tenuemente. No se sumerge en ella, abusando y torturando. Hay claroscuros, momentos de paz y de ligera dicha, pero predomina la penumbra, la oscuridad como amenaza y no como hecho. Rautavaara, Bergman, Kaurismaki, Sibelius... Autores cuyas ondas espirituales coinciden con las mías. La luz nórdica es siempre una luz humilde, nada despótica, nunca es espléndida. Una luz tímida, cerrada, expectante. Agradezco a Rautavaara que huya de la melancolía, un sentimiento que deploro con toda mi alma. La melancolía, recordar el pasado mucho mejor de lo que realmente fue, me parece un sufrimiento claramente ilusorio. Gracias a esta lucidez, rara vez me encuentro melancólico. No me gusta repasar fotos antiguas, esos instantes captados con una parcialidad irreal y tan cargados de una melancólica ilusión de profunda inexistencia
Yo no soy de aquí, cada día lo tengo más claro. La visión de mis conciudadanos me es casi siempre desagradable. Debí haber nacido en Finlandia, Suecia o Noruega. Mi espíritu tiende hacia allí. La montaña es una copia de aquellos ambientes, de aquellos climas, de aquellos estados de ánimo. Pero a la montaña le sobra esta luz espléndida de hoy. Es una luz positivista, que anima a la acción y no a la contemplación. Este cielo azul, el blanco del suelo nevado y ese sol torturador no es lo que yo busco en la montaña. Busco paisajes nórdicos, tímidos y serenos, paisajes que sugieran, no que impongan, y una atmósfera cambiante, con tendencia al espectáculo. Llevamos muchos días ya con este sol desagradable. Salvo en los escasos momentos en que la niebla viene en mi auxilio y me acoge con su húmedo aliento grisáceo.
Dicen que los nórdicos no viven bien, se suicidan mucho. Síntoma de inteligencia y de religiosidad. Pero aquí, solo, recuerdo un paisaje de Unamuno en "El sentimiento trágico de la vida" donde dice “Qué sería un universo sin ninguna consciencia capaz de reflejarlo y conocerlo? ¿Qué sería la razón objetiva sin la voluntad y el sentimiento? Para nosotros equivaldría a nada —mil veces más terrible que nada… No es, por tanto, la necesidad racional, sino la angustia vital, lo que nos empuja a creer en Dios.”
¿Existo yo, en estos instantes, solo y sin que nadie me perciba? Por eso escribo, lector, con la esperanza de que alguien lea esto y compruebe y verifique, no mi existencia, sino sus huellas.
ISON
El lago ya no es lago. Se ha cubierto de nieve. Ahora tengo una llanura delante. Prefiero el lago. Escribo esto observándolo desde la ventana de la cabaña. La temperatura exterior es de 3,5 grados bajo cero. Dentro consigo mantener una temperatura de 16 grados sin mucha dificultad, gracias a la estufilla y al reducido tamaño de la cabaña. Por la noche, dentro del saco, permito que la temperatura baje a unos 7 grados, así ahorro combustible.
El cometa ISON no se ha desintegrado. Ha sido un vuelo rasante por el Sol espectacular. En los últimos días había sufrido varios estallidos que habían ido aumentando su brillo no de manera progresiva sino a saltos. Estos estallidos se producen cuando el hielo que almacena en su núcleo se va calentando, conforme el cometa se va acercando al Sol y, finalmente, estalla o sale a borbotones, como en una olla a presión. No he sido capaz de verlo a simple vista. Las horas mejores para observarlo eran las del amanecer. Desgraciadamente las nubes me lo han impedido. Ahora comienza a perder brillo muy rápidamente. Ya no volverá. He estado siguiéndolo durante más de un año y me había acostumbrado a su presencia celestial. Hasta siempre ISON.
Cuando uno está solo el instante vivido se oscurece. Ahora no quiero positivistas ni pragmatistas a mi lado. Prefiero a los poetas o a los músicos. Tiendo a leer poesía, aforismos abiertos, ambiguos, intuitivos. No quiero ensayos racionales resecos. Últimamente, tampoco soporto a los místicos. Me parece aberrante tomar un estado de embriaguez como fundamento último de la realidad y, desde ahí, intentar construir un sistema coherente. Me conformo con contemplar la oscuridad. Como Tarkovski que deploraba las películas con argumentos objetivos, demostrativos. Él prefería obviar lo racional, y dejar que desfilara una música, una poesía, una simbología inconsciente que nos remueva por dentro, acunándonos en el misterio.
Por eso soy patafísico, porque la ‘Patafísica contempla los “estares”, mientras que la metafísica quiere estudiar el “ser”. Sutil diferencia. Cada estado de conciencia marca el “estar”. Que esa realidad sea última o penúltima solo es impregnarle una intencionalidad. El fenómeno es la imagen de una primera intención. El noúmeno lo es de una segunda intención. ¿Hay mucha diferencia entre nuestra verdad contemplativa y nuestra verdad pragmática? Juan de Mairena añade: “Porque ésta es la escala gradual de nuestro entendimiento: primero, entender las cosas o creer que las entendemos; segundo, entenderlas bien; tercero, entenderlas mejor; cuarto, entender que no hay manera de entenderlas sin mejorar nuestras entendederas. Cuando esto lleguéis a entender, estaréis en condiciones de entender algo, o sea en los umbrales de la filosofía, donde yo tengo que abandonaros, porque a los retóricos impenitentes nos está prohibido traspasar esos umbrales.”
Contemplemos el misterio del estar, poco más. El misterio del comportamiento de Bartbley, de Melville. Una pequeña novela que leí ayer por recomendación de Vila-Matas. Pensemos, hablemos de ello con una mirada melancólica y una taza humeante de café. Foto.
JOHN TAVENER
Esta noche ha caído la primera nevada del otoño. La temperatura fuera no ha superado los tres grados durante todo el día. Por la mañana he estado recopilando información sobre el que iba a ser el cometa del siglo. Sin embargo, algunos observatorios dicen estar contemplando la desintegración del cometa ISON, dos semanas antes de su máximo acercamiento al Sol. En principio, esto supondría, aunque con los cometas nunca se sabe, que el espectáculo astronómico prometido va a suspenderse. Dios no considera conveniente más fuegos artificiales, en este caso, naturales.
Debido a mis dolores de espalda, que ya vienen durando un mes, he reducido bastante mis paseos y trotes. Mucho me temo que es el comienzo de una nueva dolencia crónica que me llevará por el camino de la amargura e, incluso, por el quirófano pasando antes por los suplicios del fisioterapeuta y de la medicación.
He comido unos suculentos huevos con patatas, pimiento y cebolla y me he quedado media hora adormilado junto a la estufilla, oyendo de fondo la música de Sir John Tavener, quien murió ayer a los 69 años. Había conocido la religión a través de Bach, decía. La obra que le llevó a la composición fue el Canticum Sacrum de Stravinski. Hermanado con Arvo Pärt y Henryk Górecki. Un gran compositor pero que a mí no me llena especialmente.
Entre que anochece más temprano y mis dolores lumbares no queda más actividad que la lectura. He terminado una novelita breve de Andrés Ibáñez titulada Un Hombre de Madera, con ciertos toques filosóficos muy básicos que trata de las memorias de un ZAM, una especie de robot humanizado.
También he leído Diario de un viaje por Italia, de Montaigne. Escrito tras sus primeros 10 años de reclusión en su castillo, Montaigne sigue hablando de sí mismo, pero esta vez ya no trata de las cuestiones espirituales sino de las corporales, pues describe sin mucho interés algunas anécdotas de su viaje, sus continuos cólicos nefríticos y expulsiones de piedras. No parece que este libro fuera a ser publicado. No tiene calidad ni interés, salvo su paseo por la biblioteca vaticana. Me cabe una duda: ¿se terminó cansando Montaige de su reclusión en su torreón desde 1570 a 1580? Cuando salió, se fue de viaje y luego se hizo alcalde de París, hasta 1585. Luego, recordando a Platón con Dionisio de Siracusa, rehusó más nombramientos públicos y volvió a su refugio hasta su muerte en 1592. Escéptico y gran amante de Virgilio, Séneca y Plutarco, sus textos están repletos de citas pues, ¡para qué decir de nuevo lo que ya se dijo antes y mejor!
MURAKAMI
Murakami nos transmite el sentimiento de un alma perdida en un cuerpo joven inmerso en la cotidianidad. Nos tomamos excelentes cafés acompañados de nuestro dios omnisciente. Paseamos y vemos pasar trenes en soledad. Leemos las páginas de libros maravillosos y disfrutamos con las angustias y dolores punzantes que la vida va repartiendo en el protagonista. Son personajes humildes, con tendencia a la soledad, incomprendidos y, tras su aparente superficie, oscuramente profundos. El misterio de la realidad, el misterio de lo onírico se entremezclan y van formando una red magnética que nos atrae e hipnotiza. Cuando cojo un libro de Murakami enseguida comienzo a paladear la vida, a esperar el momento oportuno y a soñar.
Murakami puede ser hasta metafísico, como cuando dice:
“no consigo alzar un muro que separe lo objetivo de lo subjetivo”
Pienso que los personajes de los libros son seres afortunados, saben que el lector los observa. Su soledad no es real, exactamente igual que las personas religiosas, que se saben personajes observados por Dios. Por eso Berkeley dijo que existir es ser percibido.
Leo:
“Mi padre es profesor de filosofía en una universidad pública de Akita —dijo Haida—. A él también le gusta el pensamiento abstracto. Siempre escucha música clásica y anda enfrascado en la lectura de libros que nadie lee. Lo suyo no es hacer dinero, y la mayor parte de lo que gana se lo gasta en libros y discos”. Yo.
La soledad deambula por todo el libro:
“en aquel rincón perdido y aislado, el joven Haida se entregó a la lectura y la meditación. Lo que ocurriera en el mundo, por variopinto y llamativo que fuera, le traía sin cuidado”
“se dedicaba a bañarse en las aguas termales al aire libre, a pasear por los bosques cercanos, a devorar al calor del brasero los libros de bolsillo que se había traído (en su mayoría inocuas novelas policiacas) y, por la noche, se bebía exactamente dos cacillos de sake caliente. Nada más, y nada menos”
“Apenas bebe, no fuma y no tiene aficiones costosas. De hecho, apenas gasta dinero. Tampoco es que sea especialmente ahorrador, ni lleva una vida ascética, pero no se le ocurre en qué gastar el dinero. No necesita coche, se las apaña con poca ropa. De vez en cuando se compra algún libro o algún cedé, pero eso no supone un gran desembolso. Prefiere cocinar en casa que salir a comer, las camisas se las lava y se las plancha él mismo.
Por lo general es callado, no se le da demasiado bien relacionarse con la gente, pero eso no quiere decir que viva completamente aislado. Cada día hace un esfuerzo, hasta cierto punto, para adaptarse a su entorno”
Una soledad que cuando es deseada es bellísima, pero que cuando no lo es produce punzadas en el alma:
“Todos se acercaban a él, comprobaban lo vacío que estaba e inmediatamente después se marchaban”
Es la sospecha permanente de sentirse expulsado, como rara avis, fuera del rebaño, un locus solus, un Harry Haller, desnudo de convencionalismos y aterido por la falta de calor humano:
“los corazones humanos no se unen sólo mediante la armonía. Se unen, más bien, herida con herida. Dolor con dolor. Fragilidad con fragilidad. No existe silencio sin un grito desgarrador, no existe perdón sin que se derrame sangre, no existe aceptación sin pasar por un intenso sentimiento de pérdida. Ésos son los cimientos de la verdadera armonía”
La terrible falta de sentido de la vida fuera de las responsabilidades y placeres más inmediatos:
“Tsukuru Tazaki no tiene ningún lugar concreto o especial al que ir. Ése había sido una especie de leitmotiv en su vida. No tenía un lugar adonde ir o al que regresar. Nunca lo había tenido, y ahora tampoco. Su lugar era aquel en el que se encontraba en cada momento”, como un Sísifo que se esfuerza por subir la piedra, una piedra que no lleva a ningún sitio, sino que él empuja sólo para no terminar muerto y aplastado por aquella enorme roca llamada hastío. Si el hastío amenaza, muévete, empújalo, esfuérzate... Curioso.
Y, al fin, la derrota de la auto ayuda más simplona, de aquellos que creen que es sencillo prohibirse estar tristes, con lo que consiguen todo lo contrario: creerse responsables de su tristeza.
“No todo era maravilloso, por supuesto. También sentía un dolor en el pecho y una especie de ahogo. Lo embargaba el miedo y lo acechaban pensamientos sombríos que lo estremecían. Pero ese dolor se había convertido en una parte importante del afecto que sentía por Sara. No quería perder esos sentimientos que guardaba en su interior. Si los perdiese, quizá jamás volvería a encontrar su calor”.
VILA-MATAS
Me levanto muy temprano, todavía no ha amanecido. En la cabaña no hace frío, pero miro el termómetro y marca ocho grados en el exterior. Una ligera lluvia salpica los cristales. Me preparo un café. Solo el olor ya me reanima. Me siento en la mecedora y enciendo la lámpara. Sorbo de café caliente. Leo “Suicidios ejemplares” de Vila-Matas:
"Me gusta mucho ser flaco y desgraciado. Cuanto más desgraciado soy más me río yo. Esta vida es de risa, lo mejor es ir hacia todo eso riendo, con una absoluta falta de seriedad".
Yo también me considero un hombre flaco. Podría definirme como un hombre flaco y antipático. No es que sea antipático por gusto. Lo que sucede es que la gente me produce hastío. Quizás yo también genere esa sensación en los demás, aunque más bien pienso que lo que yo genero en ellos es recelo. Me miran y no les gusto. Les miro y ellos tampoco a mí. Les envidio por su extraordinaria vinculación con la realidad, pero los oigo hablar y la mezcla de hastío y envidia suele transformarse en asco. No es extraño que haya huido a esta pequeña cabaña solitaria, que mi querido y único amigo Alberto me ha prestado por unos meses.
- Puedes quedarte el tiempo que quieras –me dijo. Pero yo sé que no es así. Él también la utiliza durante gran parte del año. De todas formas, con un par de meses creo que tendré suficiente. Estoy convencido de que no podré soportar esta absoluta soledad. Tan solo he traído una veintena de libros. La mayor parte de ellos ya leídos: Schopenhauer, Cioran, Houellebecq, Herman Hesse, Murakami, Giovani Papini y Vila-Matas. No necesito más. Pensé en traerme a Nietzsche, pero su desequilibrio impactaría demasiado en mi volátil personalidad y podría enfermar excesivamente.
Inmerso en esta soledad, pienso que el hombre sigue teniendo la necesidad de que alguien le observe. Solo los espíritus más religiosos sienten que Dios los está observando y nunca se sienten solos. Confieso que yo siento también esta presencia. Jamás sabré de dónde procede este sentimiento tan reconfortante.
Soy una persona de pocas palabras. Para qué hablar. Solo merece la pena hablar para decir la verdad. Pero, ¿cuál? Los hombres caídos bastante tenemos con aguantar la angustia, y sabemos que nunca recuperaremos la paz de espíritu en esta vida. Una esperanza nos acompaña siempre: morir.
No se está mal aquí. Me tomo la tensión: 12,7 y 7,6. Llevo dos días y mi tensión arterial se ha reducido sensiblemente. De momento, no he dejado de tomar la medicación. Si sigo así tendré que probar a ver qué pasa.
Ayer leí en el periódico que un hombre falleció cuando se disponia a suicidar. Parece que resbaló de la azotea. Seguramente solo quería llamar la atención sobre su inminente desahucio. La tragicomedia de la vida misma. Debería haber decidido hacerse cosquillas hasta morir. Hubiera sido más apropiado con su destino.
El suicidio es la única libertad auténtica que tenemos en esta vida, sin la posibilidad del suicidio ya me habría matado hace mucho tiempo. El suicidio es un acto afirmativo, que busca algo con contenido, una puerta de salida hacia un lugar mejor. Pero, yo siempre digo, ¿qué prisa tenéis? Y eso me quita el disfraz: todavía tengo mucho apego por esta vida.
La tortura nos desgasta en forma de insatisfacción permanente. El hombre solo se encuentra bien en otro lugar, en otra circunstancia. El viajero es la ingenua persona que cree que solucionará su insatisfacción cambiando de lugar. Un pensamiento bastante simple, pero muy extendido.
"Tú si que huyes de la plenitud". ¡Claro! Querer lo imposible es no querer nada, pero querer lo posible es conformarse con degustar la melancolía.
Estoy manteniendo una conversación con Vila-Matas. Ya no sé si soy yo quien está escribiendo esto o solo estoy leyendo su libro, pero insiste:
"La vida es inalcanzable en esta vida, está tremendamente por debajo de sí misma. No existe la menor posibilidad de alcanzar la plenitud".
Cierro el libro y abro la puerta. ¡Magnífico olor! La tierra húmeda. Está clareando. Ya casi es de día.
¿Qué haré hoy?
...
No he dormido demasiado bien esta noche. De hecho, tengo la sensación de no haber dormido nada. Sé que esta impresión no es cierta, pero ¿para qué vale una impresión entonces? ¿De qué me vale ver verde aunque yo mismo me diga que es rojo? Bueno, de eso trata el pragmatismo, de William James, solo es verdadero lo útil, o algo parecido, no sé.
El caso es que he dormido muy mal. ¿Por qué? Porque ayer tuve visita. Un encuentro inesperado. Vine a vivir temporalmente a esta cabaña para alejarme de la humanidad todo lo posible. Y digo todo lo posible porque sigo teniendo necesidades básicas que solo pueden satisfacerse con humanos cerca. Hablo de comida, combustible, ir al banco a sacar dinero para comprar todo esto y los demás utensilios cotidianos.
Ayer, sin embargo, esta soledad se vio súbitamente interrumpida con una llamada de nudillos beethoveniana. Abrí la puerta y me encontré con un hombre de unos 80 años, sucio y desaliñado. No tenía, sin embargo, el aspecto de un mendigo. Más bien, parecía un hombre que se ha perdido en las cumbres.
- Buenas noches.
- Buenas noches -le contesté-. ¿Qué desea?
- Necesito algo caliente para tomar.
Mi cabaña no es muy grande. Básicamente está compuesta de una cama que no es cama sino tumbona, un saco de dormir, una mesa básica con una estantería donde caben sobradamente mi veintena de libros, un equipo de música, un pequeño armario para la ropa, y una cocina eléctrica de dos fuegos. La cabaña dispone de electricidad. Aunque la cobertura no es muy buena, dispongo de teléfono móvil que solo utilizo para una cosa: escuchar la música que me apetezca a través de Spotify. En aquel momento estaba sonando Ans Meer, de Toshio Hosokawa, un extraordinario concierto para piano y orquesta.
- Puedo ofrecerle un té, o quizás una sopa instantánea. ¿Qué prefiere?
Yo solo le había hecho una pregunta, pero él, mirando hacia el suelo y de manera ensimismada, comenzó a hablar:
- En marzo cumpliré 78 años. Jamás lo hubiera imaginado. Fue hace tan sólo un rato, cuando yo todavía era joven, que me imaginé con 78 años. Se ha producido una especie de cortocircuito en mi conciencia. Tan sólo hace un momento yo era joven, y el cortocircuito ha provocado que en mi conciencia quede la sensación de que han pasado mas de 50 años. Pero yo estoy seguro de que no es así. Hace un rato, cuando era joven, yo me imaginaba que me dormía y que, al despertar, yo era un viejo arrugado y decrépito. Pues bien, mi pesadilla se ha hecho realidad. Aquí está el viejo.Yo soy el viejo. Y todo por un cortocircuito mental. Una chispa que lo único que ha provocado es que en mi conciencia se acumulen falsos recuerdos de una vida realmente no vivida por mi. Ya sé que a mi edad uno pone en duda hasta sus propios recuerdos. Ya sé que cuando un recuerdo ha sido manoseado mil veces, lo deformamos, moldeándolo poco a poco. Ya son recuerdos de recuerdos, la realidad ya se ha perdido.Ya lo sé, ya. Pero no. Yo no he vivido esos 50 años. Lo puedo asegurar. Solo ha sido un cortocircuito mental. Yo no soy viejo. Hace un rato yo era joven. Esos recuerdos no son míos.
Me quedé mudo, sin saber muy bien qué decir.
- Me tengo que marchar. Lo siento. Adios.
El concierto de Toshio Hosokawa finalizó. Había sido una oportuna banda sonora.
...
Hoy voy a dormir con Penderecky. Y, ya se sabe, cada músico te propone un viaje distinto. El viaje con Penderecky está resultando muy sugestivo. Me acuerdo de Sísifo, aquel héroe que se esconde cristianamente tras El Eclesiastés. Un día me comentó su triste destino: subir una y otra vez una enorme roca a la cima de una montaña.
- ¡Qué tontería más grande! Lo que pasa es que la gente cree ciegamente en el progreso, tanto el social como el personal.
- Bueno -le dije-, es que da la sensación de que estás realizando un gran esfuerzo en llevar la piedra a la cima.
-¿Y para qué querría yo llevar la piedra a la cima?
- Pues no lo sé, a lo mejor buscas cumplir con tu destino, con tu objetivo en la vida, con tus deseos.
- Ja, ja, ja. Una vez que la piedra llegue al vértice de la cumbre, la piedra caería otra vez hacia abajo por el otro lado. Yo no quiero subir nada a la cima. La cima es un lugar triste y solitario. No hay nada que no conozca ya y ni siquiera queda la esperanza en llegar más alto.
- Entonces, ¿para qué empujas la piedra?
- Muy sencillo, si no empujo, se me caería encima.
La música de Penderecky me hace comprender este terrible castigo de Sísifo, eterno retorno nietzschano, aunque también recuerdo El Paraíso Perdido, de Milton. Nuestra toma de conciencia errónea produce espejismos, la pérdida de la unidad entre cielo y tierra en la transición entre mito y logos. Nuestro nivel de conciencia actual, que cree no creer, que cree no necesitar de la fe, de la creencia, produce monstruos parecidos a los de Sísifo. No sé si se puede retroceder a la inconsciencia o saltar a un nuevo estado hiperconsciente con la esperanza de recobrar ese paraíso perdido, aquel que perdimos con la aparición de los griegos allá por el siglo V a. C.
Mientras tanto, se necesita cierta distancia del mundo para poder soportarlo. Nada mejor que literaturizarlo, al estilo Vila-Matas, por ejemplo, o con el espíritu romántico, que siempre dice tener muchas cosas delante, muchas cosas que probar, vivir y experimentar: hasta la muerte, la nada o la otra vida tienen algo atrayente. Sin embargo, el posmoderno cree haber dejado todo atrás. No espera nada nuevo, pero se da de frente con el hastío del hikikimori o de Oblomov.
No soy un Sísifo, desde luego. Me parezco más a cualquier romántico del siglo XIX que a un nihilista moderno. Tengo ansia de absoluto, nostalgia del paraíso (uno de los asuntos centrales de Rayuela, de Cortázar, por cierto), amo el arte, el misterio, la noche, lo oscuro, el más allá del acá. Si subo la piedra es porque busco el cielo, y pienso, como Novalis, que "la vida no es lo máximo que se puede perder en este mundo".
Mientras tanto, se necesita cierta distancia del mundo para poder soportarlo. Nada mejor que literaturizarlo, al estilo Vila-Matas, por ejemplo, o con el espíritu romántico, que siempre dice tener muchas cosas delante, muchas cosas que probar, vivir y experimentar: hasta la muerte, la nada o la otra vida tienen algo atrayente. Sin embargo, el posmoderno cree haber dejado todo atrás. No espera nada nuevo, pero se da de frente con el hastío del hikikimori o de Oblomov.
No soy un Sísifo, desde luego. Me parezco más a cualquier romántico del siglo XIX que a un nihilista moderno. Tengo ansia de absoluto, nostalgia del paraíso (uno de los asuntos centrales de Rayuela, de Cortázar, por cierto), amo el arte, el misterio, la noche, lo oscuro, el más allá del acá. Si subo la piedra es porque busco el cielo, y pienso, como Novalis, que "la vida no es lo máximo que se puede perder en este mundo".
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